Epílogo

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Las risas se escuchaban desde adentro de la casa; dos un poco agudas y otra bastante más gruesa y que lograba casi cubrir las demás.
No pude evitar sonreír, porque esos sonidos se habían convertido en mi música favorita, casi desde la primera vez que los había escuchado.
Disfrutábamos cada momento el tiempo que pasábamos en casa todos juntos, pues el trabajo nos consumía casi todos los días a Sander y a mí, sin embargo al final del día, tratábamos de hacer el cansancio a un lado y darle la atención que nuestros dos hijos se merecían.

Sí, un año y medio después de que llegara Peter a nuestras vidas; Emeline decidió también hacerce presente y formar la más hermosa familia. Tenían una energía increíble aún con solo sus tres y dos años respectivamente. Al final del día, Sander y yo terminabamos agotados, pues ellos dos lograban consumir la poca energía que conservabamos.
Pero a pesar de todo eso, no me quejaba de nada, porque está era la etapa más hermosa de mi vida. Estaba enamorada de mis hijos, de mi esposo, y en general de mi vida; de cada oportunidad que teníamos, de mi trabajo, de mis amigos... de toda esa felicidad que había llegado a nuestras vidas.

De vez en cuando, nos juntabamos todos, algunas veces en nuestra casa o en la de cualquiera de nosotros. A pesar del tiempo que había pasado, nuestra amistad seguía tan fuerte como siempre. Eran reuniones divertidas, pero por demás, también agotadoras, pues Peter, Josh, el hijo de Nathan y Amely,  Kellan, hijo de Nati y Luis y por último y unos meses menor, Edward, quien era hijo de Ethan y Molly; lograban convertir cualquier jardín en una campo de batalla.

Por otro lado, la niñas eran más calmadas pero no carentes de energía. Mi amiga había concebido a Alice unos meses antes de que Sander y yo nos enteraremos de que Emeline venía en camino. Por ese entonces Caylie había regresado y con la gran sorpresa de que estaba comprometida... Y  embarazada. Así que Catalina, era un poco mayor que Emeline y Alice, pero sin importa la diferencia de edad, lograban conservar una buena relación.

Me daba gusto de que se llevaran bien y que no hubieran diferencias entre ellas, pues mi hija y la de mi amiga eran casi como nosotras dos, sólo que más chiquitas.

Con la llegada de Peter, me sentía en un paraíso, y no fue diferente al llegar Emeline. Los dos se parecían mucho, habían heredado mis ojos, Peter había heredado el color de cabello y carácter de Sander, y Emeline tenía el cabello castaño oscuro. Eran hermosos, eran nuestros hijos. De Sander y míos.
Algunas veces, al terminar el día, conversabamos entre nosotros y entonces nos preguntábamos cuándo había cambiado tanto nuestras vidas. Porque éramos muy felices, las risas y la alegría de los niños llenaba cada rincón de la casa... Y de nuestro corazón.

Y era imposible imaginar una vida sin ellos, no solo por el echo de su sola presencia, sino porque habían juguetes regados por todos lados, nuestros despertador, eran sus hermosas risitas que se asomaban cuando se despertaban, eran todos esos  te quiero por parte de esos dos chiquitines, que lograban hablar en balbuceos y algunas veces palabras inentendibles de Emeline. Era todo eso lo que nos llenaba e impulsaba día tras día, a mí, a Sander.

Éramos muy felices, más ahora que parecía estar todo bien. Nuestro matrimonio marchaba estupendamente, algunas veces discutíamos pero, son cosas comunes que suceden en los matrimonios.

Las pisadas se escucharon por el pasillo, y las risas y gritos se hicieron más presentes dentro de la casa. Sonreí y entonces unas manitas rodearon mis piernas.
Bajé la mirada para encontrar esos ojitos azules tan iguales a los míos y que se había ganado mi amor en poco tiempo.

— Mamá, papá me esta pelsiguiendo— me reí y entonces me agache para estar a su altura.

— ¿Y si nos escondemos para que no nos encuentre?— su mirada se iluminó y asintió.

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