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Alfred y Amaia salieron del edificio y se pusieron en camino al lugar donde Alfred tenía preparada la sorpresa. Amaia estaba muy asustada al no ver nada.

—Alfred como me caiga por tu culpa te mato—Alfred se quedó callado y soltó la mano de Amaia. La pamplonica se puso más nerviosa aún— ¿Alfred? ¿Dónde estás?

Alfred se aguantó la risa, y cuando ya no pudo más soltó una gran carcajada. Amaia se enfadó.

—No tiene ni puta gracia Alfred— dijo Amaia cruzando los brazos. Era una escena cómica porque no sabía dónde mirar ya que no sabía dónde estaba el catalán.

—Venga Amaix no te enfades...— le volvió a coger la mano— Confía en mí que ya no queda nada.

—Llevamos veinte minutos andando ¿Dónde me estás llevando? ¿A Albacete? — Alfred la miró y se rió ante su ocurrencia.

—Venga...—cogió a Amaia de los dos brazos — cuidado que aquí hay un escalón. — se acercó a su oído y susurró— Espérame aquí un momento. No te quites la venda.

Alfred se fue a encender las luces de la estancia. Fue hacia Amaia y le quitó la venda. Amaia abrió mucho los ojos y se tapó la boca. La estancia era la cosa más bonita que había visto en su vida. Estaban en una terraza, todo estaba decorado con flores y con luces blancas pequeñitas. En el centro de la terraza había un piano de cola negro con varias velas encima de la tapa de este. A la izquierda del piano había una mesa preparada iluminada también con velas. En el centro de la mesa había varias flores de color blanco, todo estaba decorado de una forma muy exquisita.

Había un caminito de pétalos blancos que te conducían hasta el piano. Había una pérgola de color blanco también abierta para poder ver las estrellas, en las esquinas de la pérgola había cuatro farolillos del mismo color de la estructura. Amaia estaba alucinada, una lágrima recorrió su mejilla. No sabía porque alguien se había tomado tantas molestias por ella.

—Alfred— dijo Amaia mirando al catalán y se lanzó a abrazarle— ¿Por qué?

—Por ti, tú mereces esto y más—Amaia le miró y le dio un beso en la mejilla— ¿Cenamos?

Amaia asintió. Alfred le cogió la mano y guio a Amaia hasta la mesa. Se sentaron y la pamplonica comenzó a observar todos los movimientos del catalán, de debajo de su silla sacó una botella de vino.

Voilá— dijo Alfred imitando el acento francés. Amaia sólo le miraba con una sonrisa en la cara. Alfred sirvió las copas.

Cenaron tranquilos entre miradas y suspiros. Alfred se levantó y fue hacia Amaia, le tendió la mano y dijo— Ven quiero enseñarte algo.

Amaia cogió la mano de Alfred y se levantó con una sonrisa. Vio como Alfred se dirigía al piano y le siguió. Alfred antes de sentarse se giró y le dijo—Siéntate aquí, conmigo.

Amaia le hizo caso y Alfred comenzó a hablar. —Antes de enseñarte la sorpresa quiero que sepas que eres una de las mejores personas que he conocido en mi vida. Que en lo poco que te conozco he descubierto que sacas siempre lo mejor de mí y de la gente que está a tu alrededor. Que eres magia y desprendes una luz que ojalá desprendiera yo en una mínima parte. Quiero que sepas que te has convertido en una persona esencial en mi vida y que no quiero que te vayas de mi lado nunca.

Amaia se recostó sobre su hombro, no tenía palabras para describir lo que estaba sintiendo en ese momento por lo que decidió callarse, pero aún faltaba lo mejor. Alfred comenzó a tocar los primeros acordes de una canción dedicada a ella, a su musa.

"Barcelona" Era una clara declaración hacia la personita que estaba a su lado, escuchando atentamente, sintió la canción como nunca la había sentido y Amaia se emocionó mucho, demasiado.

NOVATA | ALMAIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora