La cita (Parte 1)

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<<Narra Loreens>>

- Ahora solo debemos casarte con la niña de papi y toda su fortuna será nuestra - río Fassieller tomando una copa de vino.

- He estado pensando en eso - dije pensativo - ¿qué tal si lo descubren al final? ¿Y si no sale bien?

- Tranquilo Loreens, todo estará bien, deja de preocuparte y prueba este delicioso vino conmigo, ten prueba un poco - me extendió un copa medio llena.

El día era hermoso; la vista de la gran ventana nos dejaba ver el maravilloso jardín, lleno de vida y alegría. Las flores fuera de la ventana atraían muchas mariposas y bichos de diferentes clases. El sol y su luz entraban por esa ventana, alumbrando toda la sala y dejando ver lo maravilloso que es vivir como ricos.

"Que gran privilegio tiene el príncipe Naveen al vivir así, literalmente como un rey" pensé con nostalgia recordando mi pasado, en mi juventud teníamos solo para sobrevivir el día a día. Mi madre quedó viuda a los 23 años con tres hijos y una hija a quienes alimentar y cargar con ellos; al no poder más nos dejó en un orfanato y a causa de la depresión se suicidó en su propia habitación. ¿Cómo es posible? ¿Acaso no nos amaba? Todas esa noches velando, cantando, riendo con nosotros ¿Todo era mentira? ¿fue en vano? ¿Nosotros no éramos su felicidad, aunque ella nos lo dijera siempre?

Nunca conocí a mí padre, pasaba todo el tiempo fuera y mis hermanos tampoco lo hicieron. El orfanato, a mis seis años de edad, se convirtió en mi hogar gracias a Marta, quien nos cuido con amor, ese amor que mi madre nos demostraba cada noche; los niños del orfanato se convirtieron en mi familia y nunca me aparté de mis hermanos menores porque los amaba más que a mí propia vida.

"¿Qué pasó conmigo" me pregunté internamente "¿Cuando me convertí en esto?"
Todo cambio cuando una familia adoptó a mi hermana menor, solo tenía cinco años, yo había crecido mucho y era muy difícil encontrar un hogar para un adolescente, según dijo Marta con dulzura. Lili se fue y sólo quedamos, Gorge, Marcos y yo, todos eramos grandes ya, un año menor que el otro, había una efímera esperanza para nosotros.

Al cumplir 19 años mas niños habían llegado al orfanato, afortunadamente a mis hermanos lograron, aunque con dificultad, encontrarles un hogar, yo ya era un adulto y ya no había espacio para mi en el orfanato, muchos de los niños, de cuando llegue, ya se habían marchado, unos al crecer y tener la mayoría de edad, y otros al ser adoptados por familias generosas, así como lo fueron mis hermanos. Eramos muy pocos en verdad. Marta me consigio un empleo con un asesor en el palacio, o al menos trabajar para el palacio, y me tuve que mudar al castillo de los Bartell; despedirme de Marta fue difícil, pero al final lo logré y comencé a trabajar en el palacio como cuidador de los corceles reales. Poco a poco me fui ganando la confianza de todos incluso de Boris, el ministro o mano derecha del Rey, quien me asendio a mayordomo del príncipe Naveen.

Era un buen trabajo, me llevaba bien con él, pero al pasar en el mismo sitio por mas de veinte años, luego de la muerte de Boris, la administración cambio y yo me estanque por todo ese tiempo; hacer lo mismo era aburrido ver como el príncipe se divertía en fiestas y regresaba a la hora en que el sol salia anunciando un nuevo día; en resumen el príncipe al crecer, por ser su majestad, hacia lo que quería, obvio era el hijo del rey, el heredero al trono dentro de la sucesión, después de su hermano mayor.

Pero todo cambio cuando hicimos este viaje y conocimos a Fassieller.

- Oye amigo ¿en que piensas? llevo ratos preguntándote como te ha parecido el vino - me pregunto Fassieller confundido.

- En nada en especial, solo planeo como le diré a la señorita Charlotte que "quiero casarme" con ella - mentí con desdén.

- Eso es amigo - Fassieller se paró a mi lado y me dio dos palmadas en la espalda. Y ahí estábamos, los dos, viendo el exterior, desde la gran ventana con una copa de vino en nuestras manos. Ya era hora.

Tres de la tarde; estaba parado en el pequeño quiosco lleno de flores, rodeado de un pequeño estanque de agua cristalina, con una mesa llena de aperitivos, un vino y un champange en un cubo lleno de hielo, todo muy elegante y sofisticado. Llevaba un traje verde musgo, una camisa blanca y una corbata roja, junto un pequeño pañuelo triangular sobresaliendo de mi bolsillo en el saco; me sentía muy elegante, nunca en mi vida, ni en las ceremonias reales.

- ¡Príncipe Naveen! - saludo la señorita Charlotte; ella era muy hermosa, su figura definida, su cintura, su cabello rubio cayendo pequeños y cortos mechones sobre esos hombros blancos y relucientes, cubiertos por una mascada, con una tela muy fina, en el mismo color que su vestido morado. Su forma de ser, tan inocente, perecía como si fuera una niña, que combinaba muy bien con su rostro, sus ojos color verdes y sus labios rojizos por naturaleza.

"¿No te estarás enomanorando de ella o sí?" me preguntaba muy en el fondo. "No, no, no, esto es un plan, nada más, nada de sentimientos ni deseos hacia ella" me corregí.

- Señorita Charlotte, es un gusto tenerla aquí. Me complace mucho su compañía - dije besando su mano, tal y como he visto que el verdadero Naveen ha hecho en ocasiones anteriores con duquesas, princesas e incluso plebeyas que rara vez se colaban al castillo durante las fiestas.

- Usted es tan educado, me hace sonrojar - dijo con una risita nerviosa, amaba cuando las mujeres hacían eso, su rostro había cambiado de un tierno color salmón reluciendo sobre sus mejillas.

- Una doncella como usted merece la luna y las estrellas señorita Charlotte. Hágame el honor de tomar una copa de vino conmigo por favor, me complacería mucho charlar con usted - la tome de la mano, la acerque a la mesa, hale una silla, ella se sentó y la acomode, di la vuelta y me senté frente a ella. Serví un poco de vino y charlamos de banalidades por un rato: buenos momento, tristes, graciosos y alegres. Fue un momento maravilloso, un tiempo fantástico.

Recordé la primera vez que me enamoré. Eleonor era una chica encantadora, trabajaba en la panadería real, donde la realeza pedía sus pasteles, tortas y todos sus postres. Ser mayordomo tiene sus ventajas, uno hace las visitas y los encargos.

La primera vez que vi a Eleonor en la panadería, en un domingo, día libre para alguna de la servidumbre, ella iba saliendo del castillo, de la puerta de servicio; yo salía a caminar, deseaba un poco de aire fresco y tranquilidad para mí solo.
Sonreí al ver su rostro de ángel. Caminamos un rato y charlamos de todo un poco, sentí comodidad con su compañía, su voz en un tono suave y delicado, con su cabello color chocolate, amarrado en una coleta alta, con esos ojos azules que tanto me enamoraron desde el primer día que los vi.

Después de ese día tan hermoso, cada día libre pasaba por ella a la panadería solo para verla y hablar con ella, me confortaba el estar junto a ella. Un día tomé la a decisión de hacer algo muy especial por ella, me había enamorado perdidamente de ella. La cité en el muelle de Bardabas a las cinco de la tarde, donde el sol deja ver su ocaso magnífico y majestuoso.

Me senté a orillas del muelle, esperando por ella, con un picnic preparado, vino blanco, rollos de canela, sándwiches de mermelada de fresa y chocolate, para disfrutar la velada; mi puesto como mayordomo no era tan favorecedor, el príncipe Naveen no necesitaba mucho de mi, por sus tareas reales y sus rebeldías, era poco lo que podía ofrecer, no obstante, mi corazón era rico en sentimientos y bondad que podía ofrecerle eso y mucho más.
Compré bombones y flores, ella amaba los detalles, más el chocolate, amaba el brillo en sus ojos cuando comía chocolate. Parecía un niña.

Esa tarde fue maravillosa, nuestro picnic salió a la perfección, sin embargo mi felicidad se derrumbó al ver que en sus mejillas caían lágrimas de tristeza, la conocía también, que me sorprendía toda la información que obtenía de ella con tan solo mirarla. El preguntarle cuál era la causa de esas lágrimas caprichosas que corrían sin control por esos campos blancos, llenos de brillo y vida, iluminados por la luz de las velas,en una noche oscura, sin nubes, dejando ver las estrellas que solitariamente acompañaban a la luna en su cuarto menguante. Ahí cometí el error, pero de todas formas ella me lo diría.

"No quiero que te vayas" dije en mis adentros, pero no tuve el valor de abrir la boca y detenerle, expresarle que en verdad la amaba para que se quedará y sin más la deje ir para nunca volver a aparecer en mi vida. Se fue para siempre. Nunca volví a verla.

La princesa y el sapoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora