CAPÍTULO 4

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Cause if I was a man
then I'd be The Man
The man - Taylor Swift

Miré por encima de mi hombro, deseando haber oído mal. Pero no. Allí estaba el señor Cross con una mirada de pocos amigos. La chaqueta de su traje estaba ausente, dejando a la vista una camisa blanca que se abrazaba a sus fuertes brazos como una segunda piel. Los primeros dos botones estaban desabotonados, permitiendo ver un resquicio de su pecho.

Vale, quizás no debería estar pensando en eso en un momento así.

Sí, como que estás en medio de algo más importante.

Por alguna razón que escapó a mi entendimiento, el destino —que esperaba no se estuviera burlando de mí ahora mismo— pensó que sería divertido tener al señor Cross aquí y ahora.

El intento frustrado de ser humano, como había decidido llamar al borracho, soltó mi muñeca con parsimonia y miró amenazante al hombre detrás de mí.

—¿Y tú quién mierda eres? —preguntó arrastrando las palabras.

El señor Cross se situó a mi lado. Endureció su expresión, causando que el intento frustrado de ser humano pareciera asustado.

—Alguien que no tolera a los hombres que no saben respetar cuando una mujer les dice que «no».

Su respuesta me sorprendió bastante. Nunca había oído a un hombre decir tan crudamente esa verdad. Eso hizo que me cayera un poco mejor, después de todo resulta que sí era un caballero.

—Pues sobras aquí, amigo —balbuceó el «hombre» sentado a mi lado.

Cross entrecerró los ojos.

—No soy tu amigo —espetó haciendo énfasis en la última palabra—. Y creo haber oído a la señorita decirle que no le interesaba su compañía.

—Ella no sabe lo que dice —fue su respuesta.

«Ahora resulta que eres tonta.»

Eso parecía.

—Sé perfectamente lo que digo —intervine—. Y desde el principio le dije que no estaba interesada.

El borracho resopló, desesperándose.

—Pero, ¿tú has visto como vas vestida? Vas pidiendo por ello, luces como una puta barata.

Una rabia descontrolada nubló todos mis sentidos. La facilidad con la que se atrevió a llamarme así despertó instintos asesinos en mí.

Nunca supe si fue la impotencia de saber que miles de mujeres sufrían ese tipo de acoso diariamente o el hecho de que llevaba alcohol en las venas y aquel desperdicio de material genético había agotado la poca paciencia que tenía al ofenderme, probablemente ambas cosas, el caso es que mi mano se levantó en el aire estrellándose en la mejilla del despreciable hombre.

Le di con el dorso de la mano, pero había sido lo suficientemente fuerte como para hacerlo tambalear en su sitio y casi caer de la silla. Por suerte, nadie en el bar pareció notarlo. Él me miró como si estuviera loca mientras se masajeaba la mejilla.

—Yo no soy ninguna puta —le espeté apuntando mi dedo índice en su cara.

Y si lo fueras serías de las caras.

Todo lo que somos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora