4 años después
—¡Mamá! —escuché a lo lejos, a la vez que sentí a Mac saltar sobre la cama—. ¡Mamá! ¡Desperté antes que Maddie!
Me restregué los ojos, exhausta, y solté un bostezo.
—Y que yo, hijo, y que yo.
No me quedó de otra que despertar completamente. Mi pequeño caballero, como solía decirle, saltaba sobre mi cama como si no hubiera un mañana.
—Cariño, deja de saltar.
—¡Pero es muy divertido! —vitoreó, mientras sus rizos rebeldes volaban por los aires.
Hice un mohín y fruncí el ceño. Mi niño ya no era pelirrojo, el cabello se le había oscurecido hasta tenerlo de un color más castaño cobrizo, parecido al de su padre.
—¿Mami? —una aguda vocesita llegó a mis oídos.
Dirigí la vista a la puerta, donde ví a Maddie con su pijama enterizo de unicornio. Se veía adorable, con su cabello rojo todo desordenado —¡ella aún era pelirroja!— y sus mejillas regordetas sonrojadas.
Le dediqué una sonrisa de oreja a oreja y ella corrió hacia la cama. Intentó subir varias veces, dando saltitos y agarrándose de las sábanas, pero era muy pequeña. A diferencia de su hermano, que era cinco centímetros más alto y mucho más ágil, mi niña era un poco más calmada.
La ayudé a subir y ella se acomodó en mi regazo, escondiendo la cara en mi cuello. Soplé un beso en su frente, aspirando el dulce aroma de mi niña.
¿Existía algo mejor que esto? Lo dudaba.
Volví a tumbarme en la cama, con Mac de un lado y Maddie del otro. Aspiré profundamente el dulce aroma de mis bebés. Sí, era perfectamente consciente de que tenían casi cinco años, pero para mí siempre serían mis bebés.
—¿Mami?
Miré de reojo a Maddie.
—¿Mhmm?
—¿No deberías estar preparándote ya?
Fruncí el ceño, confundida.
—No, aún teng... Un momento, ¿qué hora es?
Me incorporé de pronto, con el corazón latiéndome en los oídos.
—Las once en punto —respondió Max.
—Pero... ¡¿es que no me han podido despertar antes?!
Me levanté de la cama a toda velocidad, ignorando las risitas de mis hijos a mis espaldas. Uno supondría que habiendo sido quien los trajo al mundo se mostrarían un poco más respetuosos conmigo, pero no, ellos se reían en mi propia cara.
Se están riendo a tus espaldas.
Tecnicismos.
—Papá ha dicho que te dejáramos dormir —se excusó Maddie.
—¿Y tú desde cuando escuchas a tu padre? —le recriminé, buscando algo que ponerme en el guardarropa.
—Si yo siempre lo escucho —sonrió inocentemente.
Le dirigí una mirada conocedora.
—Vaaale, pero esta vez lo escuché.
—Que conveniente —murmuré para mí misma.
—¿Mamá? —intervino Mac.
Había dejado de insistirle con que me llamara mami desde hacía meses. Su explicación lógica era que estaba muy grande para eso. ¡Y solo tenía cuatro, señores!
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Todo lo que somos ©
RomanceLara lleva muchos años sin tener un corazón roto. Hay un límite para lo que una persona puede sufrir por amor y ella lo había superado varias veces. Por ello, nunca se involucraba con hombres. No seriamente, al menos. Jacob necesita desesperadamente...