CAPÍTULO 7

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Well, fight or flight, I'd rather die
than have to cry in front of you
Fight or flight - Conan Gray

Tarareaba una canción de Tate McRae mientras pasaba la esponja por cada rincón de mi cuerpo, dejando que el agua caliente eliminase todo el estrés acumulado de la semana. Era sábado y debía asistir a la gala en celebración del aniversario número quince de la fundación «Juntos Podemos».

La organización tuvo comienzo cuando encarcelaron definitivamente a un violador que forzó a más de treinta niñas en menos de un mes. Un enfermo mental, si me preguntabas a mí.

Cuando por fin lo atraparon sus abogados desestimaron el caso alegando escasez de pruebas reales y abundancia de suposiciones basadas en pruebas puramente circunstanciales. Mi padre no lo pudo consentir, aún recuerdo tener doce años y entrar a su despacho para verlo sumido en montones y montones de papeles y documentos que eran un callejón sin salida. Por suerte, a papá nunca le faltó motivación o fuerza de voluntad y, buscando las evidencias necesarias hasta debajo de las piedras, consiguió condenar al bastardo a cadena perpetua.

En agradecimiento, los padres de las niñas se asociaron en una fundación que defendía a mujeres, jóvenes y niñas que habían sufrido algún tipo de abuso, pidiéndole a mi padre que fuera el representante legal. Al principio no era tan grande y conocida como ahora, obviamente, pero con el tiempo habíamos conseguido que la élite de Seattle se interesara en donar y ayudar en nuestro propósito.

La gala se celebraba todos los años el 9 de febrero en honor al día que fue fundada y normalmente venía mucha gente. Gran parte de los que donaban grandes cantidades lo hacían porque lucía bien y, por mezquino que fuera, para sentirse bien con ellos mismos. Otra parte, la más pequeña, lo hacía por fe a la causa. Los demás lo hacían porque habían tenido a alguien que había pasado por una situación similar.

Y luego estaba yo, que a pesar de ser uno de los miembros más activos en la organización odiaba profundamente la fecha. Se podría decir que no tenía los mejores recuerdos de ella.

Dejé de lado esos pensamientos deprimentes y salí de la ducha. Me sequé rápidamente y esparcí mis cremas por toda mi piel, hidratándola. Ya en mi guardarropa, eligí ponerme un vestido de satén plateado con un diseño bastante simple.

Tenía un escote recto muy discreto que se doblaba hasta debajo de los brazos y dejaba mis hombros al descubierto. El tejido seguía ajustado al cuerpo hasta el final de mi trasero, donde se iba soltando en suaves hondas. Era sencillo, elegante y tenía un color hermoso. Era el vestido perfecto para la ocasión.

¿Tengo que recordarte que el código de vestimenta decía negro o blanco?

Me había levantado con ganas de incordiar.

Me centré en los zapatos. Como el largo del vestido no dejaría que se vieran mucho, escogí unos sencillos tacones negros de quince centímetros. No podía ponerme unos más bajos porque entonces arrastraría la tela. Me los abroché con una mueca, que asco daba ser tan bajita.

Por último, me apliqué un poco de polvo y labial rojo vino. No utilicé rubor debido a que mis mejillas siempre estaban sonrosadas y no me gustaba maquillarme mucho.

Me miré en el espejo de cuerpo entero y comprobé el resultado. Estaba perfecta. Y no era cuestión de que tuviera un cuerpo o rostro perfecto, simplemente creía que era hermosa con mis todos defectos. No lo decía de manera vanidosa, al contrario, yo misma sabía perfectamente lo que era odiarte a ti misma, mirarte al espejo y sentirte asqueada con tu reflejo. Y me había tomado muchísimo tiempo, pero había aprendido a amarme y aceptarme como era, y a la larga fue la mejor decisión que tomé en mi vida.

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