CAPÍTULO 22

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Mírame bien
Te necesito igual
En algo tan pequeño como ver el día pasar
Mírame bien - Julieta Venegas

Suspiré con satisfacción. El sol cálido de la mañana me daba de lleno en la cara y el aire fresco del océano despeinaba mi cabello. Me había hecho un nuevo corte y estaba más rebelde que de costumbre. Una playa majestuosa de arenas blancas se alzaba ante mis ojos, deleitando mis pupilas con el azul cristalino de sus olas. Echada en la arena, con los ojos cerrados y la mente en total calma, me encontraba mejor que nunca.

Hacía una semana que estábamos en la casa de playa, en Cancún. Habíamos llegado justo a tiempo para el cumpleaños de Jessie, que sería al día siguiente, y estaba muy emocionada por todo lo que le tenía preparado. Quería que fuese un día inolvidable para ella, y algo me decía que así sería.

Me di la vuelta en la toalla para broncear también mi espalda, no quería que el incidente de hacía dos años se repitiese. Me había echado en la arena a coger un poco de color y había terminado quedándome dormida. Intenté arreglarlo, pero mi piel siguió luciendo dispareja por otras tres semanas.

Me acomodé mejor y repasé una vez más el plan. Quería que todo fuese una sorpresa, lo cual era extremadamente difícil, teniendo en cuenta lo rápido que mi hermana descubría mis mentiras. Recordé la llamada con Bruck, temprano ese mismo día. Le había colmado un poco la paciencia, pero tenía que estar segura.

—¿Estás seguro de que podrás venir? —le había preguntado por tercera vez a quien había optado por llamar «el regalo de Jessie».

—Que sí —respondió, harto—. Me has llamado tres veces hoy, Lara. No lo olvidaré. Pasado mañana estaré allí.

—¿Seguro? —insistí solo para irritarlo.

—Ni siquiera voy a responderte —masculló, haciéndome sonreír.

—Vale, vale —decidí dejarlo en paz—. Nos vemos pasado mañana.

—Venga, adiós.

Pude relajarme de verdad después de esa llamada, era el último detalle que me quedaba por cuadrar y estaba hecho, ya solo restaba esperar el gran día. Todo estaba en orden y mi regalo, el de verdad, estaba guardado en mi cuarto en una cajita negra de terciopelo. Le había comprado un colgante de oro blanco con una piedra violeta, su color favorito, y moría por ver su cara cuando lo viera.

—¿Pensando en tu príncipe azul? —Jessie me sorprendió sentándose a mi lado.

Me bajé las gafas de sol y entrecerré los ojos para poder mirarla. Llevaba un traje de baño de dos piezas azul índigo que realazaba mucho su piel pálida y su cabello rojo. Le sentaba muy bien.

—Los príncipes azules destiñen —respondí mordaz, citando una frase que nuestra abuela solía decir todo el tiempo.

—Eso es que sí —me incordió, echándose a mi lado en la arena.

—Estoy ignorándote —murmuré, cerrando los ojos para no verla.

Se echó a reír por mi comentario, pero no dijo nada más al respecto. En cambio, ambas nos quedamos en silencio, disfrutando del sol y la fresca brisa marina. Me sumergí en una especie de sueño despierta donde no estaba completamente dormida, pero tampoco era consciente de los sonidos a mi alrededor.

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