Y no digas nada
Todo está en calma
Por una vez
No digas nada
No digas nada - RBDHabían pasado tres días desde «el incidente», como había decidido referirme a lo ocurrido en mi oficina, y las marcas aún eran demasiado visibles para mi gusto. En consecuencia, seguía evitando a Jacob. No me sentía orgullosa por mi comportamiento y desde luego sabía que estaba mal, pero no quería que me viera así.
Si lo hiciese, si me viese de esta manera, magullada y vulnerable, estaríamos compartiendo un nivel de intimidad para el que no estaba preparada.
Así que, en efecto, cada vez que sonaba el teléfono se me disparaba el corazón y deseaba con todas mis fuerzas que no fuese Jacob. Lamentablemente, la mitad de las veces era él.
Fue un viernes, luego de salir del trabajo y pasarme por casa de mis padres a pasar un rato, cuando sucedió lo inevitable.
Apenas había dejado el bolso en el sofá y me servía un vaso de agua cuando aporrearon la puerta repetidamente, haciéndome fruncir el ceño. ¿Quién coño era y por qué tocaba de esa manera? Me apresuré a abrir, no quería que echasen a bajo mi puerta, y me arrepentí al instante.
También me arrepentí de haberme quitado los zapatos porque, alto como una montaña, ante mí se alzaba Jacob con cara de pocos amigos. Tragué en seco, mirándolo sin reaccionar, y reparé en todos los detalles de su rostro que tanto había extrañado esos días.
Iba vestido con un pantalón de mezclilla —creía que era la primera vez que lo veía así—, unas zapatillas blancas y un suéter cuello tortuga marrón que le quedaba demasiado bien para ser justo. Por su expresión, sospechaba que estaba haciendo lo mismo conmigo, porque tampoco dijo nada hasta que yo di un paso atrás, saliendo del trance, y me aclaré la garganta.
—¿Jacob? —por fin encontré mi voz—. ¿Qué haces aquí?
—Estaba preocupado —me frunció el ceño, como si hubiese sido algo muy obvio.
—¿Por mí? —cuestioné, extrañada.
—No, por mi tía abuela. Por supuesto que por ti.
—Él sarcasmo sobraba —enarqué una ceja, a la vez que me cruzaba de brazos— Además, pareces enojado.
—Una persona puede sentir dos cosas a la vez, ¿vale? —me respondió, muy digno—. ¿Me vas a dejar pasar o vamos a estar aquí toda la noche?
Entré en pánico cuando dijo aquello, llevaba una blusa de manga tres cuartos y podría ver mis marcas perfectamente. Pensé a toda velocidad una excusa creíble que justificara mis próximas palabras.
—En realidad... Ahora no es un buen momento.
Trabajaba bien bajo presión, pero no cuando tenía a Jacob mirándome fijamente con esos grandes ojos azules que conseguían volverme loca. Sentía que podía ver a través de mis mentiras y mis pobres intentos de excusas.
—¿Qué pasa? —sonó genuinamente consternado.
Negué rápidamente.
—Nada, en serio, es solo que...
—¿Estás bien?
Y entonces hizo lo que temía que haría si pasábamos mucho tiempo hablando, alargó la mano y me agarró por el antebrazo, intentando acercarme. Lo hizo suavemente, no hubo ningún movimiento brusco por su parte, pero su dedo pulgar presionó la zona donde tenía uno de los moretones, que ya habían adquirido un color raro entre el violeta y el amarillo, y no pude evitar poner una mueca de dolor.
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Todo lo que somos ©
RomanceLara lleva muchos años sin tener un corazón roto. Hay un límite para lo que una persona puede sufrir por amor y ella lo había superado varias veces. Por ello, nunca se involucraba con hombres. No seriamente, al menos. Jacob necesita desesperadamente...