Nothing happened in the way I wanted
Every corner of this house is haunted
I miss you, i'm sorry - Gracie AbramsEstaba acostumbrada al dolor, pero nunca antes me había dolido así.
Habían pasado casi tres semanas desde aquella conversación que le puso punto final a todo. Diecinueve días, cuatrocientos cincuenta y seis horas, veintisiete mil trescientos sesenta minutos. Sí, los había contado.
Lo pasé mal, no iba a mentir. Y aunque me costara admitirlo, en varias ocasiones me encontré a mí misma preguntándome si me había equivocado, si había cometido un error descomunal y lo había echado todo a perder. Sin embargo, la repuesta siempre era la misma. Había hecho lo correcto. Por él y por mí.
La primera semana pasó despacio, casi en cámara lenta. No fui a trabajar el primer día, no tenía fuerzas ni para levantarme de la cama, menos para enfrentarme a un juicio o a un contrato de divorcio a medias. Me encontraba en estado de negación. Me negaba a aceptar que el hecho de terminar algo que ni siquiera tenía nombre me hubiese afectado tanto.
Tampoco ayudó que fuese un día de lluvia. Cuando me levanté por la mañana y miré por la ventana quise enterrar la cabeza en la almohada y gritar. Era como si el clima se estuviese poniendo de acuerdo con mi estado de ánimo. Fue deprimente.
El día estaba como para estar abrazada a su espalda y no a su recuerdo.
Sin embargo, lo pasé en la cama, bajo una manta que había visto días mejores pero que me negaba a tirar porque había sido de mi abuela y me hacía sentir mejor, viendo películas poco creíbles sobre personas que se enamoraban a primera vista y terminaban juntos para siempre.
Me había convertido en un puñetero cliché. Y lo odiaba.
Intentaba convencerme de que en realidad no lo echaba de menos, pero ni siquiera yo era tan arrogante. Lo hacía. Lo echaba de menos. Muchísimo. Lo extrañaba y me estaba matando no poder decírselo. Me hacía cuestionarme en qué momento me había acostumbrado tanto a su presencia.
Decidí salir de mi propio pozo de autocompasión el tercer día. Sinceramente, ya no me soportaba ni yo. Necesitaba volver a la realidad. Y así lo hice.
Volví al trabajo, a mi rutina. Todos pensaban que estaba enferma gracias a que había llamado a Anne y se lo había dicho y nadie hizo comentarios aparte de los típicos «¿Ya estás mejor?» o ¿Ya te encuentras bien?». Así que pude meterme en mi despacho sin mucho alboroto y evitar cualquier contacto humano por el resto del día.
Por desgracia, al día siguiente tuvimos una reunión matutina y tuve que soportar a doce personas hablando al mismo tiempo, peleando sobre que idea era mejor o que casos debíamos tomar si queríamos seguir en vigencia por casi dos horas. Tuve impulsos asesinos varias veces, no voy a mentir. Me ponían nerviosa, molesta.
Tenía un dolor de cabeza espantoso que solo aumentaba cada vez que uno de ellos levantaba la voz para hacerse escuchar. Quise ponerme a gritar como ellos y destrozarlo todo, pero en su lugar me quedé callada, y en el proceso, la que se destrozó fui yo.
Era horrible. Sentía que cada día me hundía más y ya no tenía de donde agarrarme.
Sentí que iba a perder la calma y me clavé las uñas en las palmas de las manos hasta que comencé a sangrar. Fue entonces cuando me disculpé, di por terminada la reunión —tampoco había prestado mucha atención—, y me encerré en mi despacho otra vez.
El sábado no salí del departamento.
Me dió un subidón raro de energía, de esos que no puedes estarte quieta, y terminé haciendo limpieza general. Reorganicé el salón y cambié todos los muebles de lugar, pero luego no me gustó cómo quedó y lo puse todo como estaba antes. Para las once y media de la mañana ya había hecho la cocina, los baños y las habitaciones.
ESTÁS LEYENDO
Todo lo que somos ©
RomanceLara lleva muchos años sin tener un corazón roto. Hay un límite para lo que una persona puede sufrir por amor y ella lo había superado varias veces. Por ello, nunca se involucraba con hombres. No seriamente, al menos. Jacob necesita desesperadamente...