1. Ni borracho aceptaría tal propuesta

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Como habré oído mil veces por ahí, ser escritor es estar siempre al borde de la vida, de mil vidas; y vivirlas sin miedo de enamorarse o morir en todas y cada una de ellas. Y es totalmente cierto.

Escribir es vivir. Ponerte en la piel de cada uno de tus personajes y sentir lo que ellos sienten en primera persona. Escribir es no tener la posibilidad de sentirte solo jamás, por mucho que no exista nadie a tu alrededor.

Una vez más dejé caer las manos sobre el teclado de mi portátil con pocas ganas, dejándome llevar por la nula inspiración que me consumía. Observé de reojo las fichas de ambos personajes principales, trazando en mi mente la idea inicial una y otra vez.

Después de darle muchas vueltas, había decidido ubicar la historia en una ciudad ficticia sin nombre, dejándolo todo a la imaginación del lector. Tomé elementos de Madrid —mi ciudad natal y la base de todas mis novelas— para diversas descripciones, añadiéndole ciertos detalles sacados de mi propia imaginación, como una inmensa y romántica playa —o a esa conclusión había llegado después de consumirme más libros románticos de los medianamente aceptables por alguien como yo, durante el último mes— donde mis dos protagonistas se darían su primer beso. Ese era mi patético intento de escribir una novela policíaca con toques románticos.

Cerré los ojos, intentando imaginarme la escena exacta en mi cabeza en la que Amelia y Carlos se conocían por fin pero, sobre todo, intentando sentir la química que surgía entre ellos para terminar desembocando todo en algo imparable, en algo que tendría que ir creciendo cada capítulo.

Comencé a mover las manos por el teclado sin mucho sentido, dejándome llevar por las sensaciones que ellos me estaban consiguiendo transmitir, cuando un ruido detrás de mí me sobresaltó.

—Toc, toc. ¿Se puede? —Me giré violentamente al escuchar la voz más estridente que seguramente habré oído en toda mi vida. Paseé la vista por su silueta antes de torcer los labios y asentir.

—Vaya pregunta más tonta —protesté—. ¿Si te llego a decir que no habrías salido de nuevo?

Aprecié como daba un par de pasos hacia atrás y se llevaba la mano al pecho de una forma teatral que me hizo hasta gracia, aunque a pesar de ello no lo demostré. No quería que pensara que me tenía ganado. Además, detestaba que me interrumpieran cuando la inspiración parecía querer venir a mí.

—Sabes que te encanta disfrutar de mi compañía —dijo en cambio. Se acercó a la cama y se dejó caer sobre ella—. ¿Qué piensas hacer hoy?

Miré la pantalla de mi ordenador portátil y me quedé así durante algunos segundos. Segundos en los que me perdí gracias al movimiento incansable del puntero. Podría jurar que en ese instante sentí como todas las musas que momentos antes me habían acompañado, se escapaban por la ventana de mi habitación.

—Tierra llamando a Héctor —canturreó para captar mi atención—. ¡Empanao! Tengo planes para esta tarde, ¿te apuntas? Te prometo que va a ser la boooomba —dijo, enfatizando mucho la última palabra.

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