Siempre me pareció increíble el papel que juegan nuestros sentimientos y nuestras ansias en la percepción del tiempo.
Ocho y media de la tarde, y estaba que me subía por las paredes. No había parado de escribir en todo el día, ni siquiera había bajado a comer con los demás para no perder tiempo, aunque la única verdad era que no quería faltar a mi palabra. Le había hecho un justo intercambio de su descanso por un maratón de escritura, y mi parte la tenía que cumplir a como diera lugar.
Sentía como me pesaban los párpados, y las ideas iban y venían sin mucho sentido. Aunque tampoco es que me importara demasiado. Simplemente me limitaba a escribir lo que tenía en mente, algo que hacía muchísimo que no me ocurría. Era una sensación tan bonita que ni yo mismo me lo podía creer.
Aun así, no dejaba de observar el reloj en la esquina inferior derecha de mi portátil, con unas ansias que me estaban consumiendo por dentro sin cesar. Dándome por vencido en uno de los capítulos más importantes en la trama, guardé de nuevo el archivo en mi ordenador —un acto que repetía por lo menos veinte veces cada hora de trabajo—, y salí sin darle más vueltas.
No quería que mi escena más importante no transmitiera tanto como yo quería. Tenía que ser perfecta, y mi cabeza volaba de un lado a otro sin cesar.
Sonreí como un adolescente al recordar la petición de Víctor esa misma mañana. No quería hacerme ilusiones de ningún tipo, ya que lo más seguro era que solo quisiera compensarme, supuestamente, por no haber sido un buen oyente el día anterior con todo lo referido a Miki. No quería que se sintiera mal, ya que no tenía la culpa de nada. Al contrario. E intentaría dejárselo claro esa noche.
Nervioso a más no poder abrí el armario y pasé un rápido vistazo por toda la ropa. Ni siquiera sabía cómo debía de vestirme, ya que no tenía ni idea de qué tipo de cita tendríamos. Barajé la posibilidad de ponerme algo informal, pero lo deseché rápidamente. No tenía forma de saber qué podía pretender él conmigo, pero lo que sí tenía claro era lo que yo estaba comenzando a sentir por él.
Ya fuera un error o no, me daba igual.
Y si lo único que quería era ofrecerme su amistad, encantado la aceptaría. Aunque me costara verlo solo como un amigo, haría el mayor de mis esfuerzos para lograrlo.
Una vez listo, me miré en el espejo unas doscientas veces por lo menos. Agarré el móvil, y me fijé en la hora. Solo tenía quince minutos para llegar. Para cualquiera sería tiempo más que suficiente, pero mi pequeña obsesión por la puntualidad podía más que mis dudas acerca de mi vestimenta así que, tras agarrar todo un arsenal de ropa de abrigo, salí de casa.
Por suerte mis tíos habían salido esa tarde con Marta, por lo que no tuve la necesidad de decirles dónde y con quién iba a estar. Lo cual agradecí.
Salí a toda prisa, sintiendo el frío de la noche dormirme la punta de la nariz, pero me dio igual. Seguí caminando hasta la zona donde habíamos quedado, y sonreí al verlo apoyado contra la pared, con la vista perdida en su teléfono móvil.
ESTÁS LEYENDO
El mejor error
RomanceHéctor es un escritor bloqueado que decide cambiar de aires y de ciudad, huyendo de sus problemas. Víctor es un matemático algo frustrado que pasa el tiempo entre el trabajo y sus amigos sin ganas de complicarse la vida. La casualidad hace que sus...