34. ¿Tu conciencia es Nadia?

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Me desperté solo en mi cama y una pequeña punzada de dolor me sobrevino

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Me desperté solo en mi cama y una pequeña punzada de dolor me sobrevino. Salí de mi habitación dispuesto a ahogar mis penas en una taza de café cuando lo vi moviéndose junto a ella. Si no hubiera tenido tan claro que aquella escena no se repetiría muchas veces podría haber disfrutado más de ella, así como de los dulces besos de despedida que me dio antes de irse con Diego.

Suspiré apoyándome sobre mis propios brazos. Rocío me puso un café delante y se sentó justo delante de mí. Extrañamente en ella, se quedó callada solo mirando y analizándome. Di un largo buche a mi café, notando que mi sistema se ponía en marcha.

—Estás enchochaísimo —afirmó sin piedad alguna.

No solía hablar de mis sentimientos, ni sabía hacerlo ni lo necesitaba, pero en aquel momento no era necesario decir mucho, así que asentí con una seca cabezada. Vi como Rocío se tapaba la cara con las manos para que no viera su sonrisa y en cualquier otro momento hubiera sonreído con ella, sino fuera porque mi cabeza no podía dejar de pensar en el futuro que no habría.

—No te quiero dejar solo —me dijo entendiendo mi silencio y haciendo una mueca con la cara—. Pero tengo un caso ahora.

Antes de contestar tragué el buche de café que tenía en la boca.

—No te preocupes, tonta. En realidad estoy bien. —Sonreí para dejarla tranquila—. ¿Pero cómo es que tienes un caso hoy? Es sábado.

—Mi jefe me acaba de llamar. Un caso de maltrato que ha entrado desde el área de la mujer. Odio a esos cabrones, en serio.

Estuve totalmente de acuerdo con ella. No sabía cómo podía lidiar con toda la mierda que se encontraba como trabajadora social, pero si había alguien fuerte para conseguirlo era ella. La admiraba muchísimo, pero no la envidiaba para nada, desde luego yo no podría.

—¿Qué vas a hacer hasta que entres esta tarde? —me preguntó y pude ver la preocupación en su voz.

—Estaré por aquí tranquilito, me entretendré con el ordenador, ya sabes... tontearé un poco en internet.

Me miró girando un poco la cabeza, no creyéndose mi supuesta indiferencia. Le tuve que insistir para que se relajara y no se preocupara por mí. Sabía que no la había convencido ni un poco, pero no podía hacer otra cosa pues tenía que irse, y aquello fue lo que me salvó.

Después de que se marchara y de desayunar con toda la calma que quise, hice lo que había previsto, así que cogí mi ordenador y me puse cómodo en el sofá.

La tranquilidad, no obstante, no me duró mucho porque no había pasado ni una hora cuando el timbre de la puerta sonó. Cuando la abrí vi a Ernesto y Nadia, que llegaban con una bolsa del súper llena de lo que comprobé eran patatas y chucherías.

—¿Qué hacéis por aquí?

Ambos entraron sin que yo les dijera más, saludándome al pasar a mi lado.

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