36. Estoy malditamente enamorado

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Una de las frases que odiaba leer en cualquier libro era: "se hizo un silencio ensordecedor"

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Una de las frases que odiaba leer en cualquier libro era: "se hizo un silencio ensordecedor". No lo veía natural, me parecía contradictorio y absurdo y, sin embargo, en aquel momento llegué a entender lo que quería decir aquello. Lo miré parpadeando raro, seguramente parecía idiota. Él por su parte lo que parecía era que se iba a caer, o a vomitar, y no sabía cuál era la mejor opción entre esas.

No podía dejar de mirarlo y de pensar que tenía que decir algo. No algo, no cualquier cosa, tenía que decirle que yo también lo quería aunque también me parecía una locura. No sabía por qué mi boca no quería conectarse con mi cerebro para decir aquello y me di cuenta de que si le respondía no podría separarme de él.

Habíamos estado tres días sin vernos, hablando solo por mensaje pero sin más contacto. Sin yo ir a verlo, sin que él viniera a mí, y ello me había ayudado a hacerme a la idea. Entonces me salía con aquello que, por otra parte, era justo lo que quería escuchar. Quién carajo podría entenderme no lo sabía.

Se sentó de nuevo, dándome la sensación de que lo hacía porque le temblaban las piernas. Yo seguía allí mirándolo como un panoli. De pronto escuché de nuevo la voz de Nadia obligándome a hacerle una promesa.

Por fin mi cerebro comenzó a dar órdenes coherentes y conseguí levantarme, coger mi silla y acercarla para ponerla a su lado.

—¡Oh, Dios! Lo he estropeado todo, ¿verdad? —me dijo de pronto recuperando el habla—. No tendría que haberte dicho nada, ya me han dicho alguna vez que calladito estoy más guapo. Olvida...

Le puse la mano en la boca.

—Ni se te ocurra chuparme la mano como me hiciste la otra vez que me pringaste entero. —Sonreí y noté que él hacía lo mismo bajo mi mano.

Asintió levemente y la separé, no sin antes hacerle una breve caricia en la cara.

—Aún no me decido cuándo estás más guapo, si hablando o callado, pero necesitaba que dejaras de decir tonterías.

Puse mis manos sobre una de sus rodillas y las miré, de pronto nervioso por saber decir exactamente lo que quería decir. Carraspeé y tragué, notando la garganta seca. Me di un par de segundos para respirar hondo y lo miré a los ojos. Mantenía una expresión expectante.

—Yo no sé... Héctor, no sé... —titubeaba nervioso como un maldito adolescente. Suspiré hondo y me armé de valor—. He estado tres días haciéndome a la idea de que te vas, ¿sabes? Tres días que quería verte más que nada. Cada vez que sonaba la campana de la tetería miraba ansioso y deseoso de que fueras tú.

—Lo siento... —trató de disculparse pero negué con la cabeza.

—No es tu culpa. Tú necesitabas ese tiempo para resolver tus dudas o tus asuntos, pero en ese mismo tiempo yo...

Me puse de pie, nervioso como nunca y con todas las ideas revueltas. Lo quería, lo tenía claro y ya me lo había conseguido reconocer, así que no entendía por qué no se lo decía y ya. No entendía por qué me estaba pareciendo una buena idea soltar todas las estupideces que había pensado.

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