Mi tercer cigarrillo del día, y eso que yo no solía fumar. Por lo menos desde que había decidido dejarlo dos años atrás.
Sentí de nuevo una vibración en el bolsillo y ni me molesté en buscar el móvil. No quería saber nada de él, pero sabía que tenía que echarle cojones. Le di la última calada al pitillo antes de apagarlo. Respiré con ansias, como si de ese modo los nervios se pudieran desvanecer de mí sin más.
Las ganas que tenía de enfrentarme a él eran nulas, aunque tendría que confesar que me había extrañado que tardara tanto en plantarse en Málaga. Desde el momento en que me había llegado su bonito mensaje notificándome que conocía mi ubicación, supe que se aparecería de un momento a otro.
No era propio de él ser paciente.
Sabía que no tenía otra opción más que enfrentarme a él, ¿qué iba a hacer sino? ¿Encerrarme y esperar a qué se cansara de buscarme por Málaga adelante? No podría negar que había tenido en mente esa opción, pero la había desechado porque, aunque no era un experto en la materia, había empezado a enfrentarme a los problemas.
«Estoy en el centro. ¿Dónde te veo?»
Releí el mensaje sin parar hasta que entré en la tetería. Tan pronto abrí la puerta me sentí diferente, como en un ambiente más cálido. Era algo que me llevaba pasando desde el primer día, ese en que mis pies me llevaron hasta allí sin siquiera premeditarlo.
Le envié la ubicación tan pronto me senté en la que ya se había convertido en mi mesa preferida. Sentía como me sudaban las manos y todo el cuerpo me temblaba como si fuera de gelatina. Por veces parecía un niño de seis años.
Busqué con la mirada a Víctor, pero no lo encontré. En ese momento me sentí extraño: por un lado me moría de ganas de verlo, sabía que me infundiría valor suficiente para cualquier cosa; pero por otro prefería mantenerlo al margen de esto.
Ni yo mismo me entendía.
Miré el móvil una vez más, ansioso por saber qué diablos respondía, pero todavía no salía el doble check azul así que finalmente lo bloqueé y miré al frente, por donde aparecía María. Clavó la vista en mí y, tras elevar las cejas un par de veces, me sonrió de un modo un tanto siniestro.
—Víctor no está —me dijo canturreando, a modo de saludo. Me reí, soltando un poco la tensión que llevaba acumulada en ese momento—. Si querías verlo, vas a tener que venir un poquito más tarde.
Vi como me hacía ojitos y me volví a reír de nuevo, dejándome claro que había elegido el lugar correcto para encontrarme con Miki. En ningún otro sitio me sentiría tan seguro como aquí. Además, conociendo a Miguel, no armaría ningún escándalo. No era su estilo. Y tampoco le convenía.
—¿Pero no eres tú la experta en cafés divertidos? —pregunté, fingiendo asombro. Vi como dibujaba un gesto cómico antes de asentir—. Entonces no necesito a Víctor para nada. Cuando lo veas le dices que lo cambio por ti.
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El mejor error
RomanceHéctor es un escritor bloqueado que decide cambiar de aires y de ciudad, huyendo de sus problemas. Víctor es un matemático algo frustrado que pasa el tiempo entre el trabajo y sus amigos sin ganas de complicarse la vida. La casualidad hace que sus...