14. ¡Te gusta un niño de instituto!

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Maratón 1/3

Un domingo de relax que no quería para nada

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Un domingo de relax que no quería para nada. Necesitaba trabajar, mantener la mente ocupada en no pensar, en no sentir. No necesitaba disfrutar de tiempo libre, la libertad de tareas era mi enemigo, así que decidí cambiar el turno y trabajar ese día. Al menos otro podría aprovechar el domingo de una mejor manera que yo.

De cualquier forma, hasta la hora de abrir quedaban aún muchas horas por delante. Estaba hecho un verdadero lío y necesitaba hablar con alguien y soltar todo lo que poco a poco me estaba consumiendo, porque era una olla exprés que en cualquier momento iba a explotar.

Me duché rápido, cogí mis llaves y salí sin dar más explicaciones. Vivir con Rocío tenía las ventajas sociales de la convivencia y además las ventajas de vivir solo, porque me dejaba todo el espacio que necesitara, sin agobiarme con preguntas, sin necesidad de saber dónde iba o dejaba de ir y sin cuestionarme, solo estando disponible para cuando necesitara. Ambos nos respetábamos y era una de las mejores decisiones que esa loca mujer me había obligado a tomar.

Pegué a la puerta, no queriendo hacer mucho ruido para no molestar demasiado. Puede que hubiera sido más sencillo haber llamado o mandado un mensaje, pero ni lo pensé. Fue mi amigo Migue quien abrió la puerta, sorprendiéndole el verme allí, pero pareciendo encantado por ello. Cuando lo hube saludado y pasé al interior, vi a Irene con la pequeña Mandai, a la que estaba dando el pecho.

—¡Hola! —me saludó sonriente.

Me acerqué a darle dos besos y acaricié leve y suavemente la cabeza de la pequeña.

—Siempre que te miro estás con la teta fuera —bromeé.

Irene me sacó la lengua y Migue se rio. En momentos como ese era cuando más parecido le veía a su hermana Nadia. Se veía con los ojos cansados, pero no dejaba de sonreír mientras miraba a su hija.

—La pobre lo único que hace es comer, dormir y cagar. Apenas llora, que es más buena... —comentó Migue con una cara alelada mientras la veía.

La niña parecía haber terminado de comer ya que se quedó dormida, con una cara de total satisfacción. Irene la quitó y Migue se la echó al hombro para que soltara los gases. Me encantaba el buen equipo que hacían. Él trataba de hacer todo lo que estaba en su mano para que no todo recayera en manos de su mujer. Madre mía, qué raro se me hacía decir "su mujer", pero así era desde hacía unos meses.

—¿Qué haces por aquí, niño? —me preguntó cuando se acomodó de nuevo la camisa—. ¿Viene mi hermana ahora o algo?

Negué con la cabeza y de pronto me sentí pequeño. Siempre me pasaba con ella y no tenía muy claro el motivo. Solo me llevaba un año y nos habíamos criado juntos, habíamos crecido a la par, con los mismos amigos, diciendo las mismas tonterías y bromas de moda y sin embargo ante ella empequeñecía. No era algo que ella hiciera, no era malo necesariamente, simplemente era la más cuerda de mi grupo de locos amigos y a la que me agarraba en determinados momentos, cuando necesitaba su voz.

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