Jamás pensé que tendría que regresar tan pronto a Madrid, pero cuando Marcos me invitó al evento de «Leyendo entre estrellas» no lo dudé ni un solo minuto. Sabía que sería un día menos de escritura, pero las ganas que tenía de regresar a mi ciudad eran sobrehumanas.
En Málaga no podía estar mejor, pero era comprensible que tuviera cierta morriña de mi tierra y, sobre todo, de mi mejor amiga loca.
A pesar de que seguía conservando mis llaves, me decidí a timbrar por si interrumpía algo indebido. Timbré una, dos y hasta tres veces, hasta que la estridente voz de Gema me perforó los tímpanos.
Me reí inevitablemente, adoraba a esa mujer y todavía más sus ataques de histeria por minucias.
Abrió la puerta con cara de pocos amigos, pero su gesto se transformó por completo al verme.
—¡Héctor! —Se tiró encima de mí tan rápido que no tuve tiempo ni a prevenirla—. ¿Qué diablos haces aquí? ¿Estás bien? ¿Te tratan mal por Málaga? ¿Por qué diablos no entras?
Me realizó todas las preguntas tan rápido que me dejó medio aturdido. Negué con la cabeza pero antes de poder procesar ninguna de ellas, Gema me agarró del brazo y tiró de mí para obligarme a entrar.
—¿Desayunaste? ¿Quieres un café? ¡Haré café!
—Relájate, Gema —le rogué—. Te voy a responder a lo poco que llegué a procesar: estoy bien, en Málaga me tratan cojonudamente y sí, desayuné en el aeropuerto. Pero no te voy a decir que no a un café porque me muero de frío.
Froté las manos una contra otra. Con las prisas me había olvidado por completo de coger unos guantes para el viaje.
Mi amiga me obligó a entrar en la cocina. Me sorprendí al ver que estaba todo ordenado, tal cual como lo había dejado yo o incluso mejor. Yo siempre fui un obseso de la limpieza, y era gracias a eso que nuestra casa estaba decentemente, ya que Gema era todo lo contrario. No era capaz de dejar una cosa en el mismo lugar de donde lo había cogido. ¿Por qué? Esa era una pregunta que nunca había podido responder.
Intentaba tomarme esas cosas con humor y, de forma mágica, hacía volver cada cosa a su sitio para que al día siguiente todo volviera a estar impecable.
Me negaba a creer que Gema pudiera haber cambiado sus hábitos de limpieza, así que supuse que había encontrado al compañero de vida ideal.
—Necesito que me cuentes tantas cosas —canturreó, acercándose a la alacena. Sacó de ella café instantáneo y azúcar. Me alegré al comprobar que no había cambiado ni un poquito en sus costumbres, y que lo de hacer café no iba con ella. Seguía siendo la misma Gema de siempre.
Conociendo mis gustos como los conocía, me llenó un vaso de agua y lo metió en el microondas para que se calentara lo suficiente para hacer sobrevivir de nuevo mi gélido cuerpo. Se lo agradecí con un movimiento de cabeza.
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El mejor error
RomanceHéctor es un escritor bloqueado que decide cambiar de aires y de ciudad, huyendo de sus problemas. Víctor es un matemático algo frustrado que pasa el tiempo entre el trabajo y sus amigos sin ganas de complicarse la vida. La casualidad hace que sus...