4. ¿Sabes lo que es la relatividad?

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La campana sonó anunciando mi llegada y sentí el calor volver a mi cuerpo

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La campana sonó anunciando mi llegada y sentí el calor volver a mi cuerpo. La tetería era un lugar acogedor y tranquilo y allí me sentía en casa, mucho más cuando el crudo invierno se cernía sobre Málaga y el frío me calaba hasta los huesos. Froté mis manos con brío y me las acerqué para calentarlas un poco con mi aliento cuando María me vio desde su sitio tras la barra. Me regaló su mejor sonrisa y se la devolví automáticamente, acercándome a ella.

—¿Qué tal, Diosa caída del Olimpo? —le dije riendo.

—¡Oh, venga ya! ¿Cómo se puede ser tan empalagosamente zalamero? —comentó Aída en su lugar también divertida—. Además, ¿qué haces aquí hoy?

Cambié automáticamente la cara de diversión por una de extrañeza.

—Estás muy raro, Vic —dijo de nuevo Aída marchándose a continuación.

Solo necesité dos segundos para darme cuenta de lo que Aída quería decirme.

—Hoooooooostia —me tapé la cara con una mano y negué con la cabeza.

María soltó una risita y me dio un par de palmaditas en la cabeza, intentando consolarme como se consuela a un perrillo. No tuve más remedio que reír tras mi mano, incrédulo aún por mi error. Luego levanté la cabeza, suspiré y me encogí de hombros. Ella me imitó y a continuación cogió dos vasos, los llenó de zumo y me los dio.

—El zumo reconforta —explicó escuetamente.

—¿Y necesito dos? Me he equivocado al venir en mi día de descanso, pero tampoco lo veo para tanto.

—¡Tonto! El otro se lo llevas a Nacho que está en una de las mesas del fondo. Así tienes compañía.

Me pareció muy buena idea y fui hacia allí, donde efectivamente estaba mi amigo, aunque ya estaba de pie y besando a Aída. Entendí entonces que se estaba despidiendo y que tendría que volver al trabajo. Se había acostumbrado a venir cada mañana a desayunar y lo cierto era que cada vez le costaba más irse de allí. Con lo cerrado que estaba al principio ante su relación con Aída, me hacía mucha gracia verlo así. Cuando se separaron vio mi media sonrisilla y puso los ojos en blanco, haciéndome luego una divertida e infantil mueca con la cara. Aída se escabulló antes de que le dijera nada, con la cara un poco más roja que otras veces. Me encantaban esos dos.

—¿No te quedas un poco conmigo? —le pregunté tentativamente—. María me ha dado zumo. —Levanté los vasos para demostrárselo.

Apretó los labios y miró mis manos llenas, haciéndome creer que era una dura decisión.

—Es una oferta muuuuy tentadora, Vic. No habría nada en el mundo que me apeteciera...

—Vale, vale, vale —le interrumpí riendo—. Vete, anda.

Sonrió y me guiñó un ojo, un gesto de lo más típico en él.

—A lo mejor quien sí que necesita un zumo es aquí el primo de Dieguito.

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