8. Ese no era mi plan

443 52 160
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Su cara de desconcierto fue de lo más cómica cuando vio como Marta salía del local sin saber a dónde, y no pude más que reír. Él me acompañó en la risa unos segundos después negando con la cabeza, seguramente por la situación.

Encima de fondo escuché cómo María regañaba a Marta por haber siquiera insinuado que podía hacer un café aburrido, lo que me hizo reír aún más. Héctor no obstante, se puso de pronto serio. Su expresión facial me dijo que tenía un poco de miedo de mi amiga, que sin duda se tomaba muy enserio su trabajo.

—No te preocupes —comenté haciéndole un gesto con la mano para restarle importancia—. No es tan fiera como la pintan. Es un encanto en realidad.

—Tendré que creerte. —Su sonrisa volvió.

—Tendrás. Porque si algo tengo es que digo las verdades.

Me era sencillo hablar con él. Natural y fácil. Pero me estaba costando un poco mantener mi pose de seguridad con él, que me miraba en ese momento con sus profundos ojos azules. Carraspeé, intentando superar el momento y el calor que de pronto estaba notando. Tenía que ver si la calefacción estaba correcta y no muy alta como me estaba pareciendo de repente.

—Y otra verdad es que ya no te tienes que tomar solo tu aburrido café, porque tienes un magnífico zumo sin tocar.

Miró el vaso en la mesa, que efectivamente estaba intacto y chasqueó la lengua.

—Esta niña —farfulló.

Sonreí de nuevo.

—Bueno, te dejo que seguro que tienes cosas que hacer. Aunque no veo tu portátil por ningún lado. —Busqué con la mirada a su alrededor pero no vi ni ordenador ni mochila que lo pudiera contener.

Apretó los labios, dejándolos en una fina línea y sin más, la preocupación volvió a su rostro. Bajó la vista al café, que seguro que ya estaba frío pero que parecía que en ese momento era la cosa más fascinante en el mundo para él. Fruncí el ceño, preocupado por haber dicho algo indebido. Noté que respiró hondo y levantó la cabeza, forzando una sonrisa que más me pareció una mueca.

—Hoy no. He decidido tomarme el día libre, sin presiones.

Alcé las cejas, un tanto sorprendido por la contradicción de sus palabras y la expresión de su cara.

—No parece que lleves muy bien eso de no presionarte.

Héctor solamente se encogió de hombros sin decir nada más. Comenzó entonces a echar azúcar al café, sin duda más por hacer algo que por querer tomárselo. Hice un asentimiento con la cabeza en señal de despedida y volví a la barra. No había muchas mesas ocupadas y por eso había podido tomarme un tiempo hablando con él.

—¿Le has dicho al Primo que no me gusta eso de los cafés aburridos? —preguntó María nada más que me puse delante de ella.

—Por supuesto —contesté con la mayor seriedad que pude—. Me ha dicho que ha sido un error de principiante y que en absoluto volverá a ocurrir. Está muy arrepentido de haberte ofendido de esa manera.

El mejor errorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora