Tres días escribiendo sin parar. Sin control. No podía sentirme más contento con la rachita que estaba teniendo —sobre todo teniendo en cuenta la sequía que me precedía—. Pero con la ciudad de Málaga como protagonista del misterio, y la historia de amor que obligatoriamente tenía que nacer entre Amelia y Carlos, todo iba encaminado.Había cambiado todos mis planes, lo único que conservaba era la ficha de los personajes y su naturaleza. Hasta el misterio que rodeaba a la novela era diferente y, sobre todo, la ciudad donde lo tenía ubicado. Ya no quería que fuera un lugar ficticio, ni tampoco tenía pensando añadir absolutamente nada de Madrid. Mi quinta novela iba a estar ubicada única y exclusivamente en Málaga: en sus calles, en sus playas y con su gente como protagonistas absolutos. Era como si hasta ese instante estuviera dando palos de ciego, escribiendo sin sentido y sin un objetivo.
Cerré los ojos y comencé a recordar todos los pasos que había seguido tres días atrás. Recordé el aroma que desprendían las calles, el tacto de las aceras bajo mis pies. Recordé la forma en la que la gente hablaba y se miraban. Incluso se me pasó por la cabeza la idea de añadir ciertas coletillas y frases típicas del lugar. Todo iba encaminado a salir perfecto, y todo gracias a Víctor.
Sonreí al acordarme de él sin poder evitarlo. Llevaba tres días recluido dentro de esa habitación, pero siempre había algo que me recordaba a él y obligatoriamente me hacía sentir vulnerable. No podía olvidar su sonrisa cargada de sinceridad, ni su mirada preocupada. O ese modo en que me contó todo acerca de su relación con Rocío. Víctor tenía tan poco que ver con Miguel que me encantaba. Tenía un no sé qué que me volvía totalmente loco. Y eso que tan solo lo conocía de un par de veces.
Tras ese pequeño momento de desconexión, dejé caer las manos sobre el teclado, con la tonta intención de seguir escribiendo, cuando algo me robó por completo la concentración. Fijé la vista en el móvil y sentí un fuerte torbellino al darme cuenta de que se trataba de una notificación de Whatsapp.
Dudé. Por un lado, al observar el reloj, me di cuenta de que podían ser los buenos días de Gema a la una del mediodía —su hora típica teniendo en cuenta que hoy era su día libre—, aunque el miedo de que se tratara de otro intento de Miki por localizarme me puso los nervios de punta. Se había pasado varios días intentando hablar conmigo, y yo lo había ignorado de forma satisfactoria, sobre todo porque ningún mensaje tenía nada que ver con mi novela. De ser así tal vez, y solo tal vez, le habría respondido.
Negué con la cabeza, todavía con los nervios en la boca del estómago, pero la luz no cesó. Bufé, dudé y, finalmente, me decidí a abrir los malditos mensajes.
«Puedo entrar?»
Clavé la vista en el remitente «Primita guapa» y no pude más que sonreír como un gilipollas. Sonreír por su mensaje, totalmente ridículo e innecesario; sonreír por su nombre, el cual obviamente se habría puesto ella en algún despiste en los últimos días; pero, sobre todo, no pude evitar sonreír por los estúpidos nervios que se habían adueñado de mí durante esos escasos segundos. Me sentía el ser más idiota del planeta Tierra.
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El mejor error
RomanceHéctor es un escritor bloqueado que decide cambiar de aires y de ciudad, huyendo de sus problemas. Víctor es un matemático algo frustrado que pasa el tiempo entre el trabajo y sus amigos sin ganas de complicarse la vida. La casualidad hace que sus...