Toda la noche sin dormir. Mi cerebro trabajando a mil por hora desde que lo dejé finalmente en su casa y volví a la mía. Por suerte Rocío ya estaba acostada y pude entrar a mi cuarto sin necesidad de cruzarme con nadie, no estaba de humor. Estaba enfadado, abochornado y sobre todo avergonzado por el ridículo que hice.
El desconchón que había en el techo y que me tuvo entretenido por horas mientras estuve tumbado en mi casa, no tenía más secretos para mí y decidí salir. Tras la rápida ducha miré la hora y decidí ir a la tetería. Aunque no me tocaba trabajar, por la hora sabía que lo encontraría allí.
Cogí las llaves de mi coche, no tenía humor para esperar el autobús. Cuando llegué lo vi, con su zumo de naranja y un montón de papeles desparramados por la mesa. María y Aída me saludaron alegremente y les devolví un gruñido, no parándome con ellas y acercándome directamente a él, sabiendo que era un error y que no debería hacer lo que estaba a punto de hacer, pero sin poder pararme.
Cuando me puse delante me sonrió.
—He estado como la mierda por tu gilipollez —comenté con voz dura antes de que pudiera decir nada.
Su cara cambió automáticamente y su sonrisa desapareció. Vi como María y Aída estaban entonces ahí al lado, con la misma cara desencajada de Nacho. No había alzado la voz, sabía que había otros clientes en el local que no tenían que ver un espectáculo, pero no había podido controlar tan bien mi genio.
—Víctor, ¿qué te pasa? —preguntó Aída pero la ignoré, seguía mirando a Nacho.
—No tendrías que andar metiéndote en conversaciones ajenas, no tendrías que dar por hecho que escuchas la verdad. Eres el menos indicado para creer que ves lo que pasa delante tus ojos.
Seguía mirándome desde su asiento, frunciendo el ceño tras mis palabras.
—¿Te quieres sentar y hablar como personas adultas, Víctor?
Su voz grave y tranquila, sus ojos marrones amables aún, a pesar de que yo tenía ganas de guerra. Buscaba alguien a quien echar la culpa y lo sabía, pero necesitaba descargar.
—No sé qué se supone que he hecho mal, pero dame un segundo.
Se levantó con tranquilidad, cogiendo su móvil y alejándose unos pasos.
—¿Qué carajo te pasa, Víctor? Llegas aquí insultando por la cara. —Aída estaba enfadada, lo podía ver.
—De acuerdo. —Escuché de nuevo la voz de Nacho que volvía, interrumpiendo por suerte mi posible respuesta.
Se volvió a sentar, recogió todos los papeles y me señaló la silla frente a él para que me sentara. Decidí hacerlo a pesar de lo tenso que sentía mi cuerpo. Ellas dos se mantuvieron de pie, echando miradas a cualquiera de las mesas que pudiera llamarlas.
—Héctor no está casado, ni tiene un niño. He estado pasándolo mal por sentir algo por él cuando no debería y todo porque tú tienes el oído en el culo —expliqué finalmente con los dientes apretados y controlando mi voz.
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El mejor error
RomanceHéctor es un escritor bloqueado que decide cambiar de aires y de ciudad, huyendo de sus problemas. Víctor es un matemático algo frustrado que pasa el tiempo entre el trabajo y sus amigos sin ganas de complicarse la vida. La casualidad hace que sus...