6. No hay más preguntas, señoría

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Música alta y ruido

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Música alta y ruido. Sobre todo ruido. Porque más de la mitad de lo que sonaba por los altavoces de este sitio no era música, y ya me tenía la cabeza embotada.

—Tienes que dejar de fruncir el ceño, te van a salir arrugas —gritó Rocío en mi oído—. Trata de disfrutar un poco, Vic, por fiiiiii —finalizó juntando sus manos en señal de súplica.

Apreté los labios tratando de no sonreír, pero no pude evitarlo por mucho tiempo y solté la carcajada por la graciosa mueca que tenía en la cara. A ella le debió de bastar pues sonrió ampliamente y me guiñó un ojo, comenzando a mover sus caderas al ritmo de la canción que sonaba. No sabía ni cuál era, en lo único que me solía fijar era en la melodía, muchas letras ni valía la pena escucharlas.

—Noooooo. —Escuché la hiperbólica voz de Ernesto justo delante mía—. Deja de analizarlo todo y a bailaaaaaarrr.

Empezó a moverse haciendo movimientos deliberadamente absurdos, provocando que todos nos riéramos de él. En realidad no era tan malo estar allí, aunque prefería los sitios tranquilos y una buena charla, a veces era necesario dejarse llevar y disfrutar.

Vi a Nadia con un vaso ancho en una mano, probablemente su ron con naranja, y una cerveza en la otra, y no pude más que sonreír por lo bien que me conocía y me cuidaba. Se acercó moviendo las caderas y los hombros al son de la música y me tendió la botella, que me llevé a los labios sin demora.

—Tú sí que sabes cómo cuidarme —le dije.

—¡Oh, sí, pequeño! Sabe cómo complacer a un hombre. —Sé que iba a guiñarme varias veces, pero no le dio tiempo porque recibió un puñetazo en el brazo por parte de Nadia.

—¡Ernes! —le reprochó.

Mi amiga no se andaba con chiquitas, le pegó fuerte y la mueca de dolor de Ernesto me lo confirmó. Era un descarado y la verdad es que se lo tenía merecido. Volví a reír, porque era lo que siempre conseguían esos dos de mí: hacerme feliz. No hubiera podido pedir mejores amigos que ellos.

Miré a Rocío que se contoneaba ahora con Paloma y Diego, que le seguía el juego a pesar del rubor que tenía en las mejillas por la vergüenza, aunque estaba tranquilo porque veía que a su novia no le importaba. Decidí apiadarme de él y fui a su encuentro, cogiendo a mi amiga por la cintura y girándola para que me mirara. Sonrió ampliamente y nos movimos juntos.

Vi por el rabillo del ojo que Diego me levantaba los pulgares de forma divertida y, después de señalar y hacerme gestos que no llegué a entender, se fue con Paloma, entendí que a pedir algo en la barra.

Nos quedamos momentáneamente los cuatro y seguimos bailando cada canción, la mayor parte del tiempo haciendo un pequeño corro para continuar juntos. Reconocí la canción Vivir mi vida de Marc Anthony cuando Rocío se me tiró encima, haciéndome girar con ella. Le encantaba la salsa y lo cierto es que a mí no se me daba mal, así continuamos moviéndonos con un ritmo totalmente desvergonzado, cuando de nuevo escuché mi voz hiperbólica favorita.

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