24. ¿Eres como Robert Langdon?

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El fin de semana se me había hecho larguísimo y me encontraba extrañamente ansioso

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El fin de semana se me había hecho larguísimo y me encontraba extrañamente ansioso. Tanto el sábado como el domingo habían sido caóticos en la tetería y casi no había tenido tiempo para mí, y tampoco para Héctor.

Aunque siempre había algún hueco para mandarle un mensaje o para responder alguno suyo. Me sentía extrañamente bien estando con él. Me encontraba pendiente del móvil por si tenía alguna notificación y con una estúpida sonrisa cada vez que pensaba en él. Las bromas de mis amigas se sucedían cuando me despertaban de algún momento en que me quedaba alelado mirando a la nada. Lo curioso era que no me importaban sus burlas sino que me daba miedo la verdad de sus palabras.

Pero lo genial del tiempo es que se quiera o no, pasa. Y el lunes de descanso llegó dándome un respiro. Ya sabía que los lunes cerrábamos, por lo que él mismo dijo de quedar para tomar algo. Me hacía ilusión pensar que tenía las mismas ganas de verme que tenía yo de verlo a él.

Lo recogí en su casa pues, al margen de dónde fuéramos, me apetecía andar a su lado, me apetecía aprovechar todo el tiempo posible. Lo vi parado en la puerta, sonriendo al verme llegar. Me acerqué a darle un abrazo pero él me cogió a medio camino y me besó.

Deseaba en ese momento ser escritor para saber describir todos los sentimientos que recorrieron mi cuerpo en ese momento. Sonreí en el beso y él se separó levemente, apenas rozando aún mis labios.

—Buenas noches —susurré.

—Ni que lo digas —respondió mirándome entonces a los ojos.

Era definitivo, me dolía la mandíbula de tanto sonreír.

—Esta vez yo te llevaré a cenar —me dijo sin darme opción a réplica—. Aunque no creo que te lleve a ningún sitio desconocido para ti.

Efectivamente, volvíamos a movernos por la zona cercana a la tetería, que parecía ser con la que más cómodo se sentía y me llevó a El calambrito, un mexicano buenísimo que estaba en la calle de al lado.

Durante la cena, tuvimos una amena conversación sobre cómo habíamos llevado el fin de semana, en la que me contó que había avanzado bastante con su novela y que se veía por fin en el buen camino. Fue una muy grata noticia y lo celebré con él, quitando total importancia cuando trató de darme las gracias.

—No. No hagas como si no hubieras hecho nada porque sí lo has hecho, Vic. Desde que estoy en Málaga has hecho tanto que aún no sé cómo pagarte.

—Uuuuuuh —canturreé al más puro estilo Aída cuando quería abochornar a María—. Cuidado que lo mismo te pido un pago en especie —concluí alzando las cejas repetidamente.

Fue muy divertido cuando lo vi con los colores subidos y me reí.

—¡Qué capullo eres! —comentó riéndose también, pero se abanicaba un poco con la mano, lo que me hizo reír más.

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