12. Las mejores las hago yo

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Releí el mensaje una y otra vez

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Releí el mensaje una y otra vez. Después de su desaparición repentina, me manda un mensaje con una oferta que sé que no voy a rechazar.

«Imposible»

Le respondí no obstante. Me quedé mirando la pantalla, dispuesto a seguir escribiendo cuando vi que aparecía la confirmación de lectura y un escribiendo justo bajo su teléfono.

«Oh»

El por qué dos simples letras me hicieron sentir tan mal no lo podía saber. Decidí no demorarme mucho más en aclarar lo que tendría que haber dicho desde el principio. No pretendía ser cruel, mucho menos con él que no se lo merecía en absoluto.

«Salgo a las 11, si qiueres a esa hra soy todo tuyo»

Le di a enviar, no sé bien por qué motivo pues ni debería haber dicho aquella frase ni debería haber dado la impresión de ser disléxico. Mi mente solía ser muy rápida, pero esta vez mis dedos me habían jugado una mala pasada.

«Perfecto xD Investigaré dónde es.»

Su respuesta me hizo sonreír. El pobre mío trataba de adaptarse a una ciudad que no era la suya y a una gente que no conocía realmente. Una vez más, me descubrí queriendo quitarle un peso de encima, aunque fuera un peso pequeño.

«No hace falta eso, ve a la tetería y desde allí vamos los dos. Te sorprenderá lo cerca que está»

Tras leer su «Ok» seguido del emoticono del guiño, dejé la conversación pues tampoco había mucho más que agregar. Me recosté un poco en el sofá, cerrando los ojos para tratar de mantener a raya todos mis pensamientos, algo muy complicado pues ese era uno de los problemas de tener una mente de alta capacidad, como la llamaban.

Iba a cenar con un amigo. Ni él había pretendido ser otra cosa ni yo me lo había planteado siquiera hasta... ni sabía en qué momento. Lo que sí sabía es que no podía cambiar con él, porque hacer eso habría sido ser un cínico hipócrita, y puede que fuera muchas cosas pero eso precisamente no.

No podía cambiar porque en realidad nada había cambiado desde que nos conocíamos. Él era una persona que necesitaba un amigo y yo estaba ahí para serlo. En ningún momento me había mentido, en ningún momento hubo nada que me hiciera pensar en que pudiera haber algo más allá de la amistad.

De hecho, cuando lo pensé en retrospectiva me di cuenta de que siquiera había hecho algo que me hiciera pensar que pudiera ser gay. ¡Si ligó delante de mí con una camarera!

Menudo idiota estaba hecho, de pronto queriendo ver cosas donde no había nada. Sin embargo, el saber la verdad me permitiría no ir más allá y dejar de hacer el ridículo. Aunque la verdad es que me hubiera gustado que me lo hubiera contado él, que no fuera tan hermético. ¿A quién quería engañar? No podía pedirle a nadie lo que yo mismo no ofrecía.

En cualquier caso disfrutaría de su amistad, de su conversación, de su forma de ser. Y me permitiría disfrutar de mi forma de ser cuando estaba con él. Nadia y Ernesto lo habían hecho durante años y forjaron una sólida y maravillosa amistad. Yo le ofrecería eso mismo a él durante el tiempo que quisiera quedarse, no quería que se volviera a ver solo aquí.

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