5. Una cuestión de karma

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Miré hacia un lado y hacia otro

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Miré hacia un lado y hacia otro. La música ya comenzaba a molestarme y a nublarme por completo las ideas. Clavé la vista en Marta, quien bailaba de forma poco decente con un hombre bastante mayor que ella, pero me dio igual. Me giré hacia el lado opuesto, clavando la vista en la chica de los cabellos rojizos y el escote pronunciado, que minutos antes me había proporcionado ese elixir de los dioses que en ese momento me tenía medio atontado.

Le sonreí y le hice una seña con la mano derecha para que se acercara a mí de nuevo. Otra vez.

—Un gin tónic, por favor —reiteré mi petición.

Como las otras dos veces anteriores, la chica me hizo ojitos. Siempre me había hecho gracia que intentaran ligar conmigo, y normalmente le habría seguido el rollo si no llega a ser porque no tenía el cuerpo para tonterías.

Tan pronto me lo sirvió me llevé el vaso a los labios y me bebí la mitad de un solo trago. Siempre oí eso de que el alcohol no es la mejor forma de solucionar los problemas, de hecho recuerdo habérselo repetido a Gema unas trescientas veces en los últimos años. Pero sin duda estaba resultando ser un bálsamo estupendo para sobrellevarlos.

Y así me encontraba, comportándome como un gilipollas solo por haber escuchado su voz a través de un maldito altavoz. Estaba comenzando a sentirme patético llegando a niveles muy extremos.

—Hola, Héctor. —Recordar sus palabras solo provocaba que me sintiera todavía más miserable.

Veinticinco días sin saber de él, más que por simples mensajes de texto. Veinticinco días sin escuchar su voz. Veinticinco días intentando evitarlo a toda costa.

—Ya pensé que estabas huyendo de mí.

Y tanto que estaba huyendo. Lo último que quería era verme obligado a hablar con él. Sabía que ese día llegaría. No era consciente de la necesidad que tenía, como hombre, de escuchar su voz, pero sí conocía la importancia que tenía para mi yo escritor. Pero lo evité, lo evité tantos días como pude, hasta que algo dentro de mí, impulsado por a saber qué fenómeno extraño, me obligó hoy a responderle al teléfono. Tal vez fueron las simples ganas por mandarlo todo al carajo de una vez por todas: poner los puntos sobre las íes y agarrar al temor por el cuello de la camisa, enfrentar mis actos inconscientes de una vez por todas.

—Necesitamos hablar de trabajo, Héctor —me había recriminado, tal como si fuera un niño pequeño. Realmente en ese momento me sentí como tal, como un crío idiota—. Te queda poco más de un mes, y sabes que no puedo ampliar más la fecha.

Lo sabía, claro que lo sabía. El tiempo corría en mi contra, eso me lo notificaba cada mañana el calendario que tenía delante de mi mesa de trabajo, así como mi móvil, gracias a todas las alarmas que había activado con una sencilla cuenta atrás.

—No me vas a fallar, ¿verdad?

Quise creer que realmente solo seguía hablando de trabajo, así que mi respuesta había sido una simple negación en un miserable susurro.

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