16. No es que fueras un angelito

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Maratón 3/3

*Triple actualización. Hay dos capítulos nuevos antes de este*

Mientras que durante la cena y en el camino de vuelta parecía relajado y feliz, de pronto todo eso había cambiado y ahora su cara era una máscara de preocupación

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Mientras que durante la cena y en el camino de vuelta parecía relajado y feliz, de pronto todo eso había cambiado y ahora su cara era una máscara de preocupación. No quise dejarlo pasar, como él parecía pretender.

—Se nota que hay algo que te preocupa. —Me miró con extrañeza, como si le resultara rara mi inquietud.

—Es posible —admitió finalmente—. Pero son tonterías.

Lo miré alzándole una ceja y él se removió incómodo. Trate de leer su expresión, pero parecía estar pensando en mil cosas a la vez.

—Si te preocupa no es una tontería.

Apoyé la cabeza en mi brazo y me quedé mirando al más puro estilo Jedi. La técnica de Irene normalmente funcionaba conmigo y comprobaría si a mí me daba el mismo resultado. Vi un cambio en su cara y como casi se le aguaron los ojos, haciendo que se vieran más brillantes.

Le dio otro largo buche a la botella, tal vez pensando qué hacer o qué decir, y me di cuenta de que lo estaba presionando demasiado y tal vez, aunque yo pensaba que sí, no teníamos esa confianza.

—Vale, entiendo —me resigné, bajando los brazos—. Todavía no nos conocemos tanto y todo eso. Pero que sepas que si algún día necesitas hablar...

—No es eso, Víctor —me cortó—. Créeme si te digo que confío en ti. El tema es otro.

Pude ver cómo trataba de secarse el sudor de las manos. Movió los ojos rápidamente sin dejarlos quietos en ningún sitio y presionó los labios. Dudaba, lo sabía. Dudaba si contármelo o no, casi podía ver los engranajes de su cabeza moverse intentando decidir qué me decía.

—Es por la novela. —Optó por mentir—. Sólo me siento presionado. Todavía me falta el último empujón para terminarla.

—Vale, voy a sonreír y fingir que te creo. —Le di mi más falsa sonrisa. Puestos a decir mentiras lo podíamos hacer los dos. Él rio finalmente—. Ahora te diría: «pues olvídate de la novela un rato y disfruta», así que imagina que te lo dije, que te lo crees, y ya está.

Levanté el vaso de mi refresco en señal de brindis. Un instante después él me imitó y, tras darle otro trago a su cerveza suspiró.

—Está bien —comenzó finalmente—. Prométeme que no me vas a juzgar demasiado. Y que no vas a salir corriendo de aquí cuando te lo diga.

De todas las cosas que pensé que me iba a decir no me esperaba aquello, la verdad. Me pareció totalmente absurdo que tuviera aquel temor, pero estaba claro que era importante para él saberlo, así que no dudé en aclarárselo.

—Claro que no me voy a ir. Puedes confiar en mí, Héctor.

Cerró los ojos, seguramente armándose de valor.

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