22. ¡No se vale decir calajo!

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Iba a ser un desastre, un caos

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Iba a ser un desastre, un caos. Lo sabía y, aún sabiéndolo no pude evitarlo. Se podía decir que había sido un arrebato, al fin y al cabo no le había dicho toda la verdad, solo lo que a mí me interesaba.

Era jueves y, como era nuestra costumbre, quedamos por la noche para vernos y tomar algo. Sin embargo, aquella noche íbamos a celebrar el cumpleaños de Irene y por eso nos veríamos en su casa. Migue estaba empeñado en hacer una barbacoa a pesar del tiempo. Había comprobado que no iba a llover y no se lo pensó dos veces, secundado por Ernesto, el otro friki de las barbacoas. No habían consentido en sopesar otra idea y por eso mismo no me quedaba duda de que iban a ser los únicos encargados de la carne, ninguno de los demás estábamos deseando pasar frío cuando había otras opciones. Ellos se lo habían buscado. El grupo de Whatsapp había tenido una actividad febril en los últimos días.

A propósito de Whatsapp, recordé entonces la conversación del día anterior con Héctor. Esa que había empezado tan bruscamente y tan a saco. Sabía que le había contestado un poco bruto, pero no lo pude evitar tras su comienzo. Lo que me gustaba es que, de la nada, conociéndonos desde hacía menos de un mes, podía ser, actuar o decir lo que me saliera, y se sentía natural y correcto.

Y precisamente por actuar como me saliera había empezado mi pequeña mentirijilla. De todas formas, yo era experto en autoconvencerme a mí mismo de las cosas y ya casi tenía claro que solo había sido una simple ocultación de la verdad, que tampoco era para tanto.

—Llevas unos días muy empanao, Vic —me comentó Aída sacándome de mi ensoñación—. ¿Estás bien?

Le sonreí levemente, un poco incómodo. Desde el día que vine a la tetería hecho un basilisco con Nacho no la había visto.

—Vale. Sé que sigues enfadado...

—No estoy enfadado, Aída —la interrumpí—. Simplemente hoy estoy un poco más disperso.

—¿Seguro? —me preguntó dudosa. Yo solo asentí—. Te tengo que pedir perdón por la parte que me toca. Ya sabes... error de oído y de suposiciones. Pero también te digo que no me gustó nada en la forma en que hablaste a Nacho. —Todo el titubeo que pudiera tener cuando me habló de su error, se esfumó en el momento en que me echó en cara mi comportamiento.

Sonreí porque me encantaba que lo defendiera de aquella manera.

—A mí tampoco me gustó cómo lo hice. Esta noche hablaré con él.

—¿Estamos de acuerdo entonces? ¿A los dos nos pareció gilipollas ese Víctor?

Concordé con ella con un asentimiento. Me reiteró sus disculpas y le di un beso, asegurándole que no pasaba nada. Los malentendidos ocurren y al fin y al cabo todo fue provocado por la preocupación, no los podía culpar pues en su situación yo hubiera tratado de proteger a cualquiera de ellos.

Después de eso, la tarde se pasó bastante rápida y sobre las ocho llegaron Luis y Mari, mis compañeros y los que se encargarían aquella noche de atender el cierre. María y Aída también se irían pronto aunque un poco más tarde porque tenían que cerrar unas cuentas.

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