9. ¡Ni para hacer un trío!

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La mejor terapia a veces es simplemente desconectar del mundo, ya sea solo o en buena compañía

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La mejor terapia a veces es simplemente desconectar del mundo, ya sea solo o en buena compañía. En mi caso, por mucho que amaba la soledad, me había quedado más que claro que esa no era la mejor solución, ya que los pensamientos no dejaban de atacarme constantemente.

Podría decir con total seguridad que hacía tiempo que no respiraba con tanta tranquilidad. Me reía y hablaba con Víctor como si lo conociera de toda la vida.

El viaje en coche fue cuanto menos entretenido: descubrí que soy fan de Counting Crows y, sobre todo del tono de Víctor intentando entonar sus canciones. Por veces me perdía por completo observándolo como un acosador. Cuando me daba cuenta, disimulaba mirando por la ventana, como si quisiera memorizar el camino por si se le daba por dejarme tirado, y tuviera que regresar yo solo.

A pesar de todos esos pequeños momentos de vergüenza, podría asegurar que había disfrutado del viaje en muy buena compañía, con grandes momentos de silencio, aunque no incómodos, sino de esos que te reconfortan.

—Si esto no te hace desconectar, ya no sé qué podría hacerlo —dijo, tan pronto nos bajamos del coche. Vi como se ponía la chaqueta de nuevo y yo hice lo mismo, abrochándola bien hasta arriba.

Aproveché que Víctor parecía todavía entretenido con algo dentro del vehículo, y me dispuse a mirar hacia todos lados, observando el lugar. Respiré tranquilo de nuevo, como si estar ahí fuera todo lo que necesitara. Tal vez fuera así.

—¿Recuerdas cuando presumí de Madrid? —pregunté en voz bastante más alta de lo que me gustaría. Por el rabillo del ojo vi como asentía—. Puedes olvidarte de todo. Yo me quedo a vivir aquí para siempre.

Escuché como se reía detrás de mí, pero no me giré a verlo. No bromeaba. En ese momento todo se me olvidó, como si alguien pasara un tupido velo que me obligara a olvidarme de todas mis preocupaciones: de la novela fallida que seguramente nunca llegaría a ningún lado; de mi corazón roto en mil pedazos; y, por supuesto, de la posibilidad de perder mi contrato con la editorial. Todo había pasado a un segundo plano. Y en primer lugar estábamos Víctor y yo en un lugar maravilloso.

—¿Ya te llegó el paseo? ¿Nos vamos? —preguntó en un murmullo.

Me giré violentamente al escucharlo tan cerca de mí, ya que no lo había escuchado acercarse. Clavé sin pensarlo la vista en sus ojos y algo me recorrió de cabeza a pies. Me sentía como en otra galaxia, como extasiado.

—Ni de broma —admití.

Sonrió de una forma que me cautivó por completo. Era una sonrisa sincera, plena. Sentía que él era todo lo sincero que podía conmigo, que con él podía ser yo mismo.

Nos pasamos un buen rato paseando sin más y hablando de tonterías. Como buen guía, me fue comentando detalles de las calles y edificios que me dejaron alucinado.

—Eres guapo y listo —solté en voz alta.

Me di cuenta tarde de la barbaridad que había dicho, concretamente cuando sentí sus ojos sobre mí. Me ruboricé al instante, y bajé la vista, intentando pensar en alguna excusa, en algo que me permitiera salir bien parado de la situación.

El mejor errorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora