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Capítulo 36

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La confianza es la base de toda relación, si tú no la posees entonces no puedes entablar una. Al menos eso estaba pensando Regina mientras todo el mundo tenía la vista fija en ella y cada una de sus reacciones al ver en papel de su cuenta bancaria. James frente suyo emanaba demasiada ira como para llenarla de golpes, pero no lo haría más, no acá ni de nuevo frente a Emma. Gimió lamentándose de cómo esto en un segundo se tornó en su contra, aun para no creerlo, parecía la escena de una película, un drama o una telenovela latina.

-¡¿Acaso no puedes explicarlo?!-. Habló otro agente federal que miró todo este tiempo la escena en silencio –Regina, la investigación de los informáticos revela que se hizo desde la IP de tu hogar, es decir que sí hubo uso del internet allí ¿Seguirás mintiendo?

Regina apretó la mandíbula, tenía los ojos húmedos ante las lágrimas que no quería que cayeran pero estaban al borde de hacerlo. Dignidad ante todo.

- "Yo no fui, yo no fui" ¡No!-. Tensó las muñecas –"Señor Swan entienda por favor, si hubiese querido robarle ¿Por qué no lo hice antes? ¿Por qué ahora? ¡Es una trampa!"-. La decepción en sus ojos no cambiaba, la ira iba disminuyendo pero la confianza se había roto, y no era el único, Ingrid su esposa estaba igual.

Cuando se dio cuenta que no le creerían, que las pruebas eran realmente creíbles, bajó los hombros gimiendo. Ella no estaba mintiendo pero ante lo que expertos habían encontrado hechos bajo movimientos limpios e inteligentes del verdadero delincuente, era difícil luchar sola. Cada segundo que pasaba el alma se le hacía pedazos, el dolor se estaba irradiando en las fibras musculares de sus piernas y brazos sobre todo en las muñecas donde las esposas las sujetaban. Su mamá, su hermanita menor ¡Ella no podía estar en la cárcel!

James tensó la mandíbula, volvió a agacharse mientras escuchaba de fondo los sollozos de su hija. Se acercó de a poco al rostro de quién fue la chica que quería como si fuese su propia hija.

-Suéltenle las esposas-. Ordenó James, aunque la liberaron Regina se quedó en la misma posición sumisa, callada, temblando –Entrégame tu tarjeta-. No esperó que ella lo hiciera, introdujo su mano izquierda en el bolsillo derecho del pantalón de "Cenicienta" –Sin derechos a los beneficios de mi dinero, sin permiso para acercarte a mi hija-. La morena gimió sintiendo las lágrimas escurrirse al lado de su puente nasal –Sin derecho para poner un pie en la mansión, Regina... mientras termina la investigación no quiero verte, no quiero a una ladrona cerca de mi vida ¡Menos cuando deposite mi confianza en ti y te quise como hija!-. Iba a gritarle como pudiese que ella no era la culpable del robo, pero era difícil que le creyeran en este minuto –No estarás presa, pero cuando se cierre este caso y así te declaren, la justicia hará lo suyo, no te preocupes que tu hermana y madre estarán a salvo.

-Señor, si ella es la culpable no podemos dejarla libre.

-Yo sé que Regina no va hacer otro movimiento-. El señor Swan trataba de no conmoverse con las lágrimas de la chica, lágrimas que torpemente se secaba –No sería capaz de desafiar a la familia Swan.

Cuando al fin sus palabras cesaron, Regina se atrevió a levantar la vista a las personas que la rodeaban. Sorprendida abrió su boca con un sabor de muerte en ella, sus amigos no decían algo pero la miraban con desilusión absoluta, excepto Tinker que tenía las manos en su cara evidentemente tapando su llanto silencioso. Pero cuando sus ojos marrones se quedaron en Emma, comprendió el significado absoluto de lo que era la humillación, nunca en su vida se había sentido tan humillada hasta que ella la miró con esa expresión de pies a cabeza. ¿Es que acaso estaba llena de mierda? ¿Es que acaso la apariencia de princesa se había esfumado y dio paso a la mendiga? Paradójicamente el reloj marcaba las 12, había vuelto a ser "Cenicienta".

Mi Cenicienta (Swanqueen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora