LA NIEVE QUE SE DERRITE

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-Nevará dos días -dice Jesús apenas ve cruzar la puerta al pelinegro-. Siempre por estas fechas tenemos ese juego con Hunter... cuando comienza a nevar adivinamos cuánto tiempo estará cayendo la tormenta.

-Tenía ese juego con mi madre cuando era niño -masculla el mayor.

Rovia asiente porque lo sabe.

Daryl se incomoda un poco. Momentos como estos le hacen creer que de verdad en algún otro universo él está casado con este hombre, que de verdad él es ese esposo y padre del que siempre está hablando Rovia, o que quizá esto de verdad es un sueño, lo que significa que él, aquí y ahora, no es real, no existe, y esa idea lo inquieta.

-Has estado afuera todo el día -sigue Rovia. Ahora es mediodía, el sol está hasta arriba.

La mayoría de gente está enferma, quedan muy pocas personas fuera del Pabellón A y tienen que cubrir dobles turnos y ayudar en el doble de cosas para seguir haciendo funcionar la vida en la prisión. El moreno ha pasado la última semana haciendo rondas por el bosque junto a Glenn -finalmente recuperado- y Carol, pasando todas las mañanas en el bosque y volviendo antes del desayuno con hierbas para que hagan té a los enfermos. Hay más gente enferma, pero estable, ya nadie escupe sangre ni tiene fiebres exageradas... ya nadie está muriendo.

-¿Tienes sueño?

-No. -Y no lo tiene, o, como menos, no tiene ganas de dormir.

Mira a Jesús.

El hombre no parece haber salido de la cama todavía, sigue con el pijama de franela con que duerme ahora y los cabellos en una media cola; está sentado envuelto entre las cobijas de la cama y ha abandonado el libro que terminó de leer tres minutos atrás, el dormitorio está tibio gracias a que el pelinegro compuso para él un antiguo calentador que se apaga todavía al cabo de media hora, pero calienta lo suficiente para que el cuarto entibie y el castaño no lo eche de menos cuando sale de madrugada a conseguir hierbas medicinales que tienen que ser frescas para el té, por eso sale todos los días, y antes de marcharse deja el calentador encendido. Por lo general vuelve al cuarto sólo para cambiarse y continuar con su día, pero hoy el más joven sigue ahí, esperándolo, y sabe que Paul salió de la cama un momento sólo porque el sitio está escombrado y hay licor de frutas junto a la cama que debió robar de la despensa. Paul mantiene sus muy azules ojos en Daryl hasta que el hombre reacciona, se mueve cerrando la puerta y procede a intentar cambiarse; está lidiando apenas para sacarse la sudadera que lleva puesta cuando Jesús se apresta a levantarse con un suave "Déjame, te ayudo" y procede acoger la ropa y sacársela por la cabeza. Pero se lleva la sudadera yla playera de manga larga y la camiseta, dejando el dorso al desnudo. Paul, tras del moreno, mira la espalda cicatrizada y nota la tensión en el cuello del moreno cuando se sabe observado.

Paul se pega al hombre y besa la piel tibia. ¿Quieres hacerlo?, le pregunta con los labios contra la piel de la columna.

-Sexo -susurra lamiendo el hombro-, como lo hacen las parejas...

El hombre de negros cabellos no responde, no se mueve, la vista baja hasta las manos de Paul que lo rodean con ágil gracia y se meten entre sus pantalones mientras siente el que será un nuevo chupetón en la piel entre el cuello y el hombro; sólo entonces jadea y se remueve, eleva una mano sujetando apenas la cabeza de Jesús, más para afianzarlo que para alejarlo. Jesús mete las manos bajo la ropa del pantalón de Daryl ocho suspiros antes de que sus dedos cojan el pene medio despierto del moreno. La mano lo masajea sin prisa alguna mientras los besos se reparten por su espalda. Paul atrae lo más humanamente posible al moreno contra su cuerpo y lo siente gemir quedo cuando sus dedos atrapan los testículos endurecidos bajo el pantalón. Y él mismo gime quedo cuando el cuerpo de Daryl se restriega contra el suyo frotando por instinto el trasero contra su propia entrepierna palpitante. El moreno siente contra su cuerpo el miembro endurecido de Paul y gruñe: -No sé cómo...

Amagi del EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora