Capítulo 9: El encuentro

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Ayudé a mi madre a levantar los platos de la mesa y lavarlos mientras escuchaba como mis hermanas se zambullían en el arroyo que dividía nuestra propiedad. Cuando terminamos de acomodar todo, mi madre fue insistente en que fuera al médico esa misma tarde. Arrastrando los pasos, salí rumbo al pueblo observando como mis hermanas jugaban en el agua con una cuerda que habían atado de extremo a extremo para que la corriente no las desestabilizara cuando cruzaban. No es que fuera un arroyo muy ancho pero sí bastante profundo, ese día el agua llegaba a la altura del pecho y hacía calor, pero yo sabía que mi mamá no iba a quedarse tranquila del todo.

Llegué a la salita de primeros auxilios, donde también pasaban consulta por orden de llegada. Así que esperé un pequeña eternidad caminando en los alrededores del edificio que no era más que una simple casa remodelada para funcionar como un microhospital donde había solamente un médico y una enfermera. Observé una banca con un libro, así que me acerqué. No lo podía creer, era otro libro de la "Biblioteca Urbana Pública" que me venía hoy como anillo al dedo, así que volví feliz a sentarme dentro a esperar mientras devoraba el tomo.

Cuando llegó mi turno, había leído al menos un tercio, me levanté y fui con el médico. Traté de explicarle más o menos lo que me había pasado sin entrar en demasiados detalles sobre cómo fue accidente y dando más énfasis al cómo me golpeé. El doctor me miró un poco extrañado como si mentalmente valorará por un minuto que haya sufrido una conmoción cerebral de tal magnitud que tal vez ni siquiera sabía cómo me había golpeado realmente. Me sonrojé un poco al darme cuenta, pero francamente no podía darle más datos, en primer lugar, porque había partes que no recordaba demasiado bien y, en segundo lugar, me parecía extraño cómo había sobrevivido a una pequeña avalancha que debería haberme matado. También me sentía un poco avergonzada conmigo misma por cómo me había metido en ese problema, me repetía en mi mente una y otra vez que era una cría que se creía adulta. Parece que el médico decidió dejar esas valoraciones de lado y centrarse en lo que tenía delante, me hizo unas pruebas muy simples, donde tuve que sostener sus dedos, seguir la luz con los ojos y responder algunas preguntas. Me encontró bien, me dijo que usualmente se pedían radiografías para estas cosas, pero que en mi caso dado el tiempo que había pasado y como me encontraba, no lo veía necesario; además, porque eso implicaría tener que trasladarme a la ciudad más cercana y carecían de movilidad. De ese modo y tratando de poner cara de ángel, le pedí que me hiciera un certificado para que mi madre se quedara tranquila.

Cuando salí de la consulta, el cielo ya estaba rosado, porque el sol se estaba empezando a ocultar entre las montañas, así que no quedaba mucho hasta que oscureciera. Decidí cortar camino por el bosque con el libro en la mano, no podía dejar de pensar para mí misma que soy una chica de costumbres peligrosas. No es que no quiera aprender de mis errores pasados o no escuche las advertencias, pero tampoco pasa nada por acortar el trayecto cuando he hecho lo mismo casi toda mi vida. La gran duda ahora mismo debería ser cuándo no lo he hecho yendo por la carretera como la "gente normal" que dice Hunter.

Y les diré con triunfo que salí del bosque sin un rasguño, nada malo me pasó. Esa era la vida que yo conocía, una en la que nada malo pasa nunca; donde, de hecho, nada suele pasar. Era todo medio rutinario y monótono me dije en voz baja mientras empezaba a cruzar el puente. Por alguna razón sentí algo diferente y volteé la vista sobre mi hombro. Pude ver la cuerda meciéndose sobre el agua y un destello blanco nacarado que me sorprendió. Me acerqué a la cuerda e imprudentemente tiré de ella haciendo que el otro extremo cediera como si alguien hubiera aflojado el nudo. La cuerda cayó a mis pies y pude ver claramente que era aquello blanco tan raro que había visto. Mis ojos se abrieron de la impresión y un grito ahogado quiso salir de mi boca. Una serpiente se desenroscó rápidamente, tenía todo el vientre de un blanco inmaculado casi antinatural, machas negras y violetas le cubrían el lomo, mientras que la cabeza era extrañamente triangular. Si les soy sincera, estaba aterrada, en el campo las serpientes son muy comunes, estaba acostumbrada, pero nunca había visto una como esta y tenía miedo que fuera venenosa. No me atrevía a moverme por temor a que me atacara en la penumbra del atardecer y mis pies se habían pegado al suelo mientras mi rostro palidecía.

Escuché un gruñido a pocos metros y ví incrédula a un lobo negro gigantesco que estaba a pocos metros de mí. Mis neuronas corrieron atolondradas buscando una salida, confundidas, gritando y no sabiendo si el problema mayor era la serpiente o el lobo. Valoré si arrojar el libro a uno u otro me serviría de distracción para poder huir. La serpiente pareció notar su presencia también y se dobló sobre sí misma para hacer frente al lobo. El lobo gruñó con más fuerza y ví el serpenteo elegante que se alejaba de mí. Como un rayo, todas mis neuronas se alinearon para decirme que corriera en dirección a casa tan rápido como pudiera. Lo hice sin pararme a pensar ni un minuto si pisaba algún sapo gordo de los que había por la zona en las noches, nada importaba en ese momento más que cruzar la puerta de mi casa.

A penas entré y cerré la puerta, respiré aliviada, en paz como hacía mucho no me sentía. No fui capaz de contarle nada de lo ocurrido esa noche a mi familia, lo único que sabía era que una vez más estaba sana y salvo.

 No fui capaz de contarle nada de lo ocurrido esa noche a mi familia, lo único que sabía era que una vez más estaba sana y salvo

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Azul oscuro medianoche: Preámbulo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora