—¿Qué te parece este? —pregunté levantando un delicado vestido en tono rosa palo.
—Me encanta —respondió Adam a mi lado.
Nos encontrábamos en una tienda de ropa en un centro comercial que había en la ciudad. Habíamos hecho unas cuantas compras, sobre todo para mí, porque mi guardarropa era de lo más limitado. Adam había hallado en eso una excelente escusa para que pasáramos tiempo juntos, mientras yo me había dejado seducir por la idea de poder pasear de la mano en medio de la multitud como una pareja de enamorados.
—Pero ¿no crees que es demasiado formal? —le inquirí examinando la prenda con más detalle.
—Se te vería bien, deberíamos comprarlo y luego pensar en cómo darle un uso —comentó sonriendo pícaro.
—¿Qué estás imaginando? —le solté sabiendo que algo entre manos traería.
—¿Yo? —manifestó con sorpresa como el buen actor que podía ser— Yo únicamente pensé que podía invitarte a cenar —dijo con la cara más inocente que había visto en mi vida, era hasta angelical.
—Déjame pensar —exclamé mojándome los labios—, iríamos a cenar y después de eso tendrías la amabilidad de acompañarme a la habitación para asegurarte que pueda sacarme el vestido, ¿verdad? —atajé.
—Por supuesto, soy todo un caballero, jamás me permitiría marcharme si hay una dama en apuros —aseguró con seriedad poco creíble cuando posó su mano en mi cintura.
—Buen intento —concedí dejando la prenda junto al resto.
—Gracias —respondió en tono juguetón mientras tomaba el vestido que acababa de dejar—, pero en verdad creo que te mereces un vestido así y una buena cena tampoco estaría mal, prometo que seré bueno —ofreció sonriendo cariñosamente.
No pude evitar reír ante su arrollador encanto sabiendo que no tenía nada que temer.
—Tal vez pueda usarlo cuando visitemos a tus padres —pensé en voz alta observando nuevamente el vestido.
—Sobre eso hablaremos después, pero sí, creo que sería bueno que lo compráramos y fuéramos a almorzar algo, tengo hambre —comentó secamente.
Pagamos las cosas que habíamos elegido y buscamos un sitio para comer. La comida chatarra abundaba y llenaba el aire en el sector gastronómico, pero no nos dejamos intimidar y escogimos comida italiana. Todo parecía ir con normalidad, hasta que toqué el tema en un arrebato de inquietud y curiosidad.
—¿Cuándo iremos a visitar a tus padres? —pregunté, había estado nerviosa pensando que pronto iba a presentármelos.
—Veo que tienes mucho interés —afirmó Adam mientras continuaba comiendo calmadamente.
—Claro son tus padres —repliqué señalando la lógica de la cuestión.
—Tal vez deberíamos dejar esto para después —comentó mientras tomaba un trago de bebida.
—Pero ¿por qué? ¿Hay algo malo conmigo? Sé honesto, no es como si no pudiera entenderlo —le ordené impaciente.
—Anne, tienes que saber que no tengo una relación cercana a mis padres, por eso, no quiero que vayamos a verlos —lanzó sin rodeos enfocando su atención en mí.
Me impactó por un breve momento, pero recordé lo que Patrick había dicho de Adam independizándose cuando todavía no era siquiera mayor de edad.
—Entiendo —manifesté sin querer agregar nada más por miedo a decir algo que pudiera abrir alguna vieja herida.
—Mis padres y yo —empezó a hablar pero fue incapaz de terminar—. Lo que tienes que saber es que no tengo casi contacto con ellos desde hace muchos años, a veces me escribo con mi madre pero es complicado —explicó por encima mientras clavaba la mirada en la superficie de la mesa como si se hubiera vuelto algo de extremo interés.
—¿Ellos saben que nos hemos casado? —titubeé.
—Espero que no —negó con la cabeza como si la sola idea lo atormentara.
—¿Sería tan malo que se enterasen? —inquirí cabizbaja.
—Creo que mi madre cruzaría el país únicamente para pararse en la puerta de nuestra casa y reprocharme por ello hasta el final de mis días —calculó mientras no pude evitar soltar una risita.
—¿No estarás exagerando? Además ¿no es que son gente muy mayor para viajar? —reflexioné.
—Oh, no conoces a mi madre, soy su único hijo, no importa que tan mayor sea, me perseguiría hasta los confines del mundo si se enterara —aseguró removiendo la punta de los dedos sobre la mesa.
—Vale, ¿y por qué ella lo vería tan malo como para cruzar el país? ¿Es por qué no la invitaste? —sospeché levantando una ceja.
—Siendo honesto, mi familia es muy cerrada, mis padres son muy tradicionales y me criaron para que yo continuara su legado. Cuando me fui de casa, creo que fue un golpe muy duro para ellos, pero lo hice porque yo quería elegir cómo vivir, sin imposiciones de ningún tipo —me contó con su voz profunda denostando resolución en cada palabra.
—Pienso que sería un golpe duro para cualquiera, Adam, eres su único hijo —comprendí.
—Lo sé, es que cuando yo desde la adolescencia fui muy rebelde e incontrolable, mientras que ellos eran muy estructurados y controladores. Fue recién durante mi inicio como militar que empecé a aplacarme un poco —añadió—, sin embargo, sigo manteniendo distancia con mis padres por precaución —aclaró.
—De acuerdo —concedí sin querer meterme más en un tema sensible.
—Anne, sabes que hay cosas que no te cuento y no te voy a mentir diciéndote que mi madre se tomaría a bien que me haya casado contigo o con cualquiera que ella no escogiera para mí. Pero quiero que sepas que si no te explico más, es porque esto es muy doloroso para mí —dijo intentando tragar conmocionado mientras miraba de costado—. La mayoría de las personas pone en el centro del mundo a su familia, a mí me costó realmente aprender a ponerle límites a mis padres en lo que respecta a mi vida. Es por eso, que no quiero tenerles cerca —concluyó.
Tomé su mano que descansaba sobre la mesa, porque de algún modo entendía lo difícil que podía ser para él, aunque no supiera las razones que lo habían llevado a tomar la decisión de mantenerse apartado de su familia.
—Está bien, tienes mi apoyo, no te preocupes, Adam —le consolé.
Él siempre me había parecido alguien tan fuerte que me sorprendió verlo así. Si bien él no se quebró ni pareció excesivamente afectado, no puedo negar que jamás pensé que pudiera tener esa vulnerabilidad. Aquel que supo ser en mi pasado un estafador, que era capaz de encantar serpientes con sus buenas maneras, que calibraba sus cartas con cara de póquer y te convencía de lo que fuera, tuvo este lado que yo desconocía. Nunca habría podido imaginarlo y me preguntaba qué otras cosas no sabía de aquel que se había convertido de un día para otro en el centro de mi mundo.
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Azul oscuro medianoche: Preámbulo ©
Hombres LoboPor un lado, tenemos a Anne, una chica común de pueblo, por el otro, tenemos un bosque y una serie de sucesos extraños sin explicación aparente. ¿Es ese bosque tan peligroso como su amigo dice? ¿por qué su abuelo parece preocuparse tanto por ella? C...