Por un lado, tenemos a Anne, una chica común de pueblo, por el otro, tenemos un bosque y una serie de sucesos extraños sin explicación aparente. ¿Es ese bosque tan peligroso como su amigo dice? ¿por qué su abuelo parece preocuparse tanto por ella? C...
Caminábamos por el jardín de estilo japonés. Nunca había visto ninguno y Adam se ofreció a llevarme a la ciudad para conocerlo. Era un sitio muy hermoso, perfectamente arreglado hasta el milímetro y, sin embargo, te inundaba la sencillez que se respiraba. Doblamos para seguir el trayecto por un pequeño puente de madera mientras íbamos riendo de cualquier cosa, yo iba uno o dos pasos delante de él, me había costado que dejara de obsesionarse con las carpas del lago artificial.
A penas giré pude notar algo que se movía, era un pato acompañado de otro que venía más atrás y seguidos por una hilera de patitos. Adam lo notó también y ambas comitivas paramos, ante el encuentro inesperado. El papá pato se irguió reclamando el espacio de tránsito para su familia mientras la pata dudaba si continuar o regresar por donde vinieron junto con su prole.
—Creo que deberíamos volver —le dije a Adam.
—No pasa nada, no te van a morder —comentó risueño.
—No es eso, ellos estaban cruzando primero que nosotros, los interrumpimos —argumenté.
—Ellos pueden nadar, podrían haber cruzado este tramo sin problemas por el agua —explicó desde sus dos metros que no entendían lo que era ser pequeño.
Mientras el papá pato se mantenía firme en el puente y yo retrocedí llevándome conmigo a un risueño Adam. Pude notar como la familia continuaba su camino tras nosotros. Regresamos al mirador que se encontraba sobre el espejo de agua que tanto había impresionado al pelinegro.
—¿Has visto cómo se mueven? —preguntó sin poder evitarlo un nuevamente hipnotizado Adam observando las carpas que se encontraban a cerca de nuestros pies.
Le miré con cierto interés mientras él no podía apartar sus ojos negros de los peces.
—Sí, los he visto, ¿te acuerdas que hace un minuto vimos una familia de patos? —inquirí extrañada por su comportamiento.
—Creo que tengo hambre —expresó moviendo ligeramente la cabeza siguiendo el ondular de los peces por el agua.
Vi que ya habían terminado de pasar y el puente se encontraba libre. Adam gruñó y supe que era hora de volver a sacarle de allí.
—Espera —pidió él mientras lo sujetaba firmemente de la muñeca.
—Vamos, Adam, no protestes —le ordené mientras lo alejaba.
Cruzamos el puente y enfilé para la salida.
—¿Qué pasa? —preguntó Adam como si volviera en sí.
—Nos vamos a comer algo —le anuncié.
—Sí, tengo un hambre de muerte y esos patos tampoco ayudaron —murmuró él sin que yo pudiera creérmelo.
—¡Adam! ¡Los patos no son comida! —le grité y agradecí que el lugar estaba vacío.
—Lo sé, demasiadas plumas —susurró él.
—Pero... —alcancé a protestar— ¡qué eran una familia de patitos! —le fulminé con la mirada.
—Tienes razón, pero te habría dejado los pequeños para que los criaras —aseguró.
Le miré con el ceño fruncido, realmente esta visita lo había afectado de formas que nunca imaginé.
—Vale, está bien —intenté tranquilizarme.
—¿Cuál es el problema? —preguntó con cierto dejo de inocencia.
—Eran adorables —le reproché.
—Sí, lo eran y esos peces también, con esos colores —comentó volviendo a su embelesamiento.
—¿No eres capaz de ponerte en el lugar de ese pato protegiendo a su familia? —pregunté.
—No lo sé, ¿te gustaría que formáramos una familia, Anne? —interpeló intempestivamente.
—No era eso lo que te estaba preguntando —le ignoré.
—Pero es una pregunta mucho más interesante, yo protegería a nuestros hijos si los tuviéramos —ofreció.
Le miré quedamente durante algunos minutos sin saber qué decir.
—Vamos, no es tan raro, estamos casados, es lógico hablar sobre ciertas posibilidades en el futuro —razonó calmadamente con sus ojos vivaces.
—Pues esperaremos hasta que el futuro nos lo indique —atajé.
—Oh, Anne, pero seguro que seríamos unos padres excelentes —exclamó él con entusiasmo—. Tú les enseñarías a ser buena gente y yo trataría de no estropearlos —bromeó esta vez.
—Já, já, qué divertido, Adam —manifesté con un sarcasmo que creí que había dejado de lado tiempo atrás.
—Anne, al menos podemos imaginar que sí —concilió con su mirada suplicante.
Sonreí ante su descabellada idea.
—Claro que sí, Adam, siempre y cuando no necesite una escalera para despedirme de ellos en su primer día de escuela —le espeté devolviéndole la broma.
—Oh, por favor, no soy tan alto —chilló él como si le hubieran dado una puñalada en el corazón— pero en fin, te concedo eso, porque probablemente tendrán mi cabello y ojos oscuros.
—¿A sí? —Este hombre era increíble—. Pues que sepas que si terminan sus estudios será gracias a este cerebrito —dije señalando mi cabeza.
—Pero serán encantadores como su padre —aseguró orgulloso.
—Querrás decir más bien, creídos —le corregí.
—No podían salir perfectos, Anne, eso sería ilegal —masculló.
—En eso estoy de acuerdo —concordé sonriendo.
La vida tiene un extraño sentido del humor, a veces te regalaba estos momentos perfectos e inesperados, aunque otras veces te castigaba con otros, pero ahora estábamos en la racha de los buenos y lo disfrutaría.
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