Capítulo 3: El abuelo

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Caminé dentro del bosque para cortar camino, mientras me dirigía hacia el pueblo. La brisa zumbaba removiendo las hojas de los árboles centenarios. Me sentía afortunada de vivir en un lugar rodeado de tanta belleza natural. A veces si estaba de muy buen humor, cantaba un poco, porque sabía que nadie podía escucharme, pues soy demasiado tímida, pero estaba vez me pareció escuchar un susurro llamándome por mi nombre. Miré a mi alrededor. No había nadie, era lógico que se trataba de mi imaginación, un engaño de mi mente. Así que riendo para mí continué mi camino hasta que llegué al borde del bosque y empecé a ver las primeras casas. Fui hasta el centro del pueblo, donde había una minúscula plaza y dejé el libro sobre una de las bancas antes de seguir mi recorrido en dirección al oeste, hacia las montañas. Caminé durante una hora siguiendo un pequeño sendero natural hasta llegar a una vieja casa de piedra.

Sigilosamente y sin hacer ruido me acerqué hasta la parte de atrás, escondiéndome detrás del horno de barro. Sin poder ocultar una sonrisa, asomé la cabeza por uno de los costados sólo lo suficiente para poder buscarlo con mi mirada. Allí estaba y él se giró como si supiera que me encontraba en ese lugar desde mucho antes de mi llegada. Me había vuelto a atrapar, así que salté a un costado y levanté los brazos alegremente.

—Abuelo —exclamé— ¿cómo has estado?

Sus ojos cansados surcados por arrugas me observaron atentamente y respondió:

—Ahora que te veo me siento tranquilo, siempre me preocupa que te estés metiendo en algún problema.

—Por favor, ¿yo? ¿Tu nieta favorita en un problema? Eso nunca —Empecé a reír a carcajadas.

—Eso espero, cielo, sabes que te adoro y no quisiera que nunca te pasara nada malo, pero no te preocupes, el abuelo siempre va a estar aquí para ti y si alguna vez no estoy, ten por seguro que no quedarás desprotegida.

—Abuelo, por favor, no te preocupes por mí —dije tratando de calmar al viejo que me observaba con cierta tristeza en sus ojos azules claros casi blancos mientras me acercaba hasta quedar frente a él —Sabes que este es un pueblo tranquilo donde nunca pasa nada y si pasara algo, sé que no sería justamente a mí... Además, tú vas a vivir para siempre —Asentí enérgicamente sin dudar, nadie sabía qué edad tenía mi abuelo, pero definitivamente iba a durar muchos más.

Él observó el cielo y sentenció:

—El tiempo está cambiando, entra a tomar algo conmigo así charlamos un poco y te vas a casa temprano, no quiero que te encuentre la lluvia.

Yo estaba incrédula a sus palabras, miré el cielo azul y despejado.

—Abueeeelooo —dije arrastrando las palabras— es un día hermoso, por favor, no lo hagas otra vez —le rogué.

—Yo no hago nada, es la naturaleza la que hace, Anne, nosotros sólo somos instrumentos.

Decidí entrar arrastrando los pies, temía que se me viniera encima un interminable monólogo sobre la naturaleza, la tierra, el bosque y los elementos. Mi abuelo paterno era muy creyente de esas cosas, es como la locura familiar. Por otra parte, mi padre nunca habla de eso, por mucho que le preguntáramos o mejor dicho, evitaba hablar de cualquier cosa que se relacionara con su hermano mayor.

 Por otra parte, mi padre nunca habla de eso, por mucho que le preguntáramos o mejor dicho, evitaba hablar de cualquier cosa que se relacionara con su hermano mayor

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Azul oscuro medianoche: Preámbulo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora