Capítulo 65: Revelaciones

80 14 2
                                    

Habían personas que simplemente no congeniaban. Adam y Hunter eran ese tipo de personas que se repelían mutuamente a pesar de no ser opuestos en sus personalidades. Había estado pensando en aquello que me había dicho el joven cazador sobre la enemistad. Rememoré todos los cambios que había notado en los últimos tiempos y lo poco que sabía, empecé a atar los cabos de diferentes formas hasta encontrar cómo todo podía ir cerrando, me faltaban detalles. Los necesitaba y estaba dispuesta a conseguirlos, pero ya no de la forma inútil que había implementado hasta ahora. Recurrir al abuelo o a Adam en busca de respuestas sería caer en un círculo cíclico. Tal vez era hora de buscar a alguien con quien no me llevara precisamente bien, porque justamente por eso, podría llegar a ser más fácil sacar algo en limpio, suponiendo que yo no me equivocara en esta corazonada. Tomé la vieja bicicleta y salí de casa, no sin antes decirle a mi madre que no se preocupara, Adam sabría dónde encontrarme.

Todo hay que decirlo, yo estaba aterrada de perderle. Sabía que él se había despedido de mí, presentí que mi viaje sería sin pasaje de vuelta cuando vine al pueblo, estaba al tanto de que mi abuelo no aprobaba esta relación y esa orden había sido casualmente eliminada. Podía recordar perfectamente la razón por la cual había tenido que aprender a usar un arma. ¿Podría ser que el príncipe encantador ya no necesitara protegerme como antes? ¿Pero por qué se despediría de mí y me traería a casa? Él me amaba y yo lo sabía, desde mucho antes de que urdiera este plan para casarse conmigo. Él no me abandonaría.

Conduje lo más rápido que pude atravesando el pueblo, tenía que llegar antes del mediodía. Yo debía juntar las piezas antes de que estuviera todo dicho y muy posiblemente, iba a tener que adelantarme a visitar al abuelo, pero antes tocaba ver a alguien.

Seguí pedaleando hasta llegar a una colina y busqué esa conocida casa que se hallaba a la orilla. Me asombré al comprobar que se encontraba en peor estado del que recordaba. Al acercarme para tocar la puerta, pude notar que no había vidrios en las ventanas y el techo se veía en malas condiciones. Inmediatamente alguien conocido salió y me observó de arriba a abajo.

—Parece que ha caído piedra sin llover —refunfuñó.

—Digamos que es una entrega especial —le sonreí.

—No te veo trayendo nada —gruñó el anciano.

—Tal vez se sorprenda, ¿puedo pasar? —pregunté.

El viejo aceptó a regañadientes que entrara a su casa, pude ver cómo la luz ingresaba por algunos huecos en el tejado. Me ofreció sentarme a la mesa y acepté.

—¿Y bien? ¿Qué es lo que traes hoy? ¿Más leche aguada? —inquirió con impaciencia.

—Sabes, hubo un tiempo en que yo te imaginaba como un monstruo de las cavernas a quien le vendía una poción mágica, aunque claro, estaba aguada así que no servía para nada —rememoré con una sonrisa.

—Siempre has sido un pequeño incordio, no me sorprende que estuvieras practicando para el futuro —agregó con cierto desprecio.

Traté de reponerme a lo que me había dicho.

—Digamos que lo sé todo —continué.

Él simplemente soltó una carcajada.

—La pequeñita me va a hacer temblar —comentó con sorna.

—Eres un hombre lobo —afirmé sin pestañear.

—¿Pasé de monstruo de las cavernas a hombre lobo en tus imaginaciones? —rió más fuerte.

—Te olvidas, anciano, que practico para el futuro como bien has dicho —solté suavemente, relajándome en mi asiento para darle una sensación de seguridad.

Azul oscuro medianoche: Preámbulo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora