Capítulo 45: Casa

82 15 2
                                    

Durante el viaje no pude evitar caer desfallecida en el hombro que Adam me ofreció, sentados en la parte de atrás del coche mientras nos llevaban al que sería mi nuevo hogar. Aún tenía la chaqueta de él cubriéndome del frío nocturno y ya no podía pensar con claridad, dormía de forma intermitente, despertando sólo para que Adam me instara a seguir durmiendo. No tengo idea de cuál fue la distancia que recorrimos, pero parecía quedar bastante lejos y, por lo poco que alcancé a ver, en un zona bastante apartada.

En un momento dado, entreabrí los ojos confusa, mirando alrededor. Estaba en sus brazos, él me cargaba como si de una muñeca se tratase, sin el más mínimo atisbo de esfuerzo por su parte.

—Yo puedo —alcancé a decir tratando de despertarme.

—No, no puedes —negó el rotundamente.

Intenté de alguna manera levantar la parte superior de mi cuerpo, pero él no me bajó.

—Adam, yo puedo —insistí molesta.

—Has estado caminando con tacones todo el día, no hemos tenido descanso, dudo que sientas los pies —especuló él mientras seguía avanzando para tomar unas escaleras.

A mí me entró el pánico, no me gustan las alturas, él de por sí ya era alto y las escaleras me daban inseguridad. No tuve alternativa que rodear su cuello desesperada, porque sabía que cuando estuviera llegando al segundo piso iba a ser imposible fingir.

—Bájame ahora —repetí por última vez—, me dan miedo las alturas —le rogué.

—No —dijo cortante mientras subía.

—Entonces, no me sueltes —le pedí cerrando los ojos para no mirar.

—Está bien —replicó sin más.

Habría dado todo porque me bajara cuando se lo pedí, pero él no se quejó ni se río de mi tonto comportamiento. Tampoco hizo ningún comentario, lo cual agradecí enormemente. Se limitó a cargarme impasible mientras yo me negaba estúpidamente a mirar por miedo al vértigo, era algo que nunca había podido dominar. Él terminó de subir las escaleras y caminó por un pasillo.

—Ya puedes bajarme —espeté.

—Todavía no.

Estaba dispuesta a discutir con él, pero sabía que no iba a escucharme, no estaba segura de si debía o no hacer tal esfuerzo. Él llegó hasta una puerta y la abrió.

—Esta será tu habitación —dijo dándome tiempo para observarla.

Se veía bastante acogedora, decorada en tonos claros muy neutrales como si fuera una habitación de huéspedes. Había una cama doble con sus mesillas de noche, dos cómodos asientos con una mesita, una chimenea y un pequeño tocador. En un costado había una puerta que supuse de inmediato que daría al baño. Sí, se veía que era ese tipo de casa que jamás creí que pisaría, por suerte, no era ostentosa ni excesivamente espaciosa.

—¿Contenta? —preguntó él.

—Creo que estaré bien —dije poco entusiasmada ante el cambio de pasar de dormir en el mismo cuarto con mis dos hermanas a esto.

—¿No te gusta? Tiene baño privado y un vestidor, hay otra habitación más grande si ese es el problema —ofreció.

—No, justamente pienso que es demasiado grande para lo que estoy acostumbrada, me sentiré sola —comenté sin poder evitarlo.

Él me miró con un dejo de extrañeza, pero no dijo nada. Entró y cerró detrás de él empujando con una pierna para acercarme a la cama y depositarme en ella con cuidado. Yo me retorcí feliz de liberarme de él lo más pronto posible, pero antes de que me diera cuenta él estaba sujetando uno de mis pies buscando la hebilla de mi zapato.

—¿Qué estas haciendo? —dije frunciendo el ceño con desconfianza.

—Esto va a doler, ¿estás segura que quieres hacerlo sola? —inquirió.

—Por supuesto que sí —exclamé acercando mis manos para sacar las suyas— y si va a doler prefiero hacerlo yo.

Le pasé su chaqueta y empecé a quitarme los zapatos lentamente rescatando mis adoloridos pies que se sentían hinchados. Los miré, estaban rojos y llenos de marcas por la presión de las tiras alrededor. Voltee a ver a Adam que estaba sentado a mi lado.

—¿Por qué sigues aquí? —pregunté sin poder evitar darle un masaje a mis pies tratando que la sangre volviera a circular con normalidad— Vete a dormir, Adam, ha sido un día largo —expresé con fastidio.

Él no se movió, parecía pensar y la sola idea de que se quedara allí no me gustó.

—Fuera, Adam —solté perdiendo toda cortesía, pero Adam no se movió—. Largo —lo despaché.

—Anne —empezó con calma.

—¿Qué, Adam? —interrumpí— Estoy cansada y juraste que te comportarías, así que no sé qué haces aquí.

—Estoy esperando.

—¿Qué estas esperando?

—¿Cómo piensas sacarte el vestido? —preguntó él casi inocente.

—¿Cómo piensas sacarte el vestido? —preguntó él casi inocente

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Azul oscuro medianoche: Preámbulo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora