Capítulo 27: Docilidad

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Adam era un monstruo que había conseguido engullir momentáneamente mi voluntad, porque en aquel momento yo no era más que en un ente que caminaba si tenía que caminar, se movía si se tenía que mover y asentía si tenía que asentir. De vez en cuando veía de reojo el llamativo anillo que lucía mi mano y seguía sin poder decir ni una palabra. Tuve suerte que mi cuerpo aún respondiera a las órdenes básicas, porque sino ya me imaginaba en los brazos del dos metros, pero sin escalera, recorriendo tiendas y hablando con personas desconocidas para ultimar detalles de nuestro casamiento. Era un trabajo de nunca acabar y ser cargada por él sólo terminaría de ilustrar la percepción que la gente tenía de nosotros de una pareja enamorada y desesperada por casarse lo antes posible.

Respiré aliviada cuando él me condujo hasta el pueblo en su camioneta. El último trámite del día sería hacer unas verificaciones de datos en el registro civil del pueblo. Cuando llegamos al centro me ayudó a bajar y debió verme muy ensimismada aún, porque me dijo que si quería lo podía esperar en la plaza mientras él se dirigía a hacer las comprobaciones. En ese momento, a lo lejos pude vislumbrar la figura estupefacta de Hunter, hice un intento por saludarle, pero él desapareció doblando una esquina como si me evitara. Pensé que tal vez era muy duro verme junto al pelinegro y el mencionado me observaba con cuidado, como si quisiera asegurarse de que me encontraba bien antes de irse.

—Estoy bien, no te preocupes, daré unas vueltas por aquí para que me dé el aire y ya nos encontraremos cuando salgas, no es como que pueda perderme en un sitio tan inmenso —dije enseñando la pequeña plaza alrededor.

Eso pareció dejarlo satisfecho, se dirigió una vez más a la camioneta buscando algo que imaginé que serían los papeles, mientras yo comencé a caminar. En verdad necesitaba respirar. ¿Acaso eso había sido una declaración de amor? Un anillo de una bisabuela bastante raro y costoso, una frase que dejaba entrever algo más y una mirada en sus ojos que dejaba ver cierta dulzura escondida. Moví la cabeza de un lado a otro tratando de apartar esos pensamientos, pero me asaltó el recuerdo de Adam diciendo que yo no quería esto y esa era la razón de que ninguna respuesta me satisficiera. ¿Podría ser que el príncipe encantador de modales impecables, que escondía un lado cuestionable, quisiera una esposa? No, no podía ser y no únicamente porque él me haya dicho que yo desconfiaría de todas las respuestas posibles. Él había creado una regla entre nosotros que me protegía de tener intimidad con el susodicho, de hecho, ni siquiera se había quejado ante la posibilidad de no tocarme nunca jamás. Si él quería una esposa, como intentaba aparentar con algunas de sus acciones, entonces debía ser una especie de esposa para lucir ante los demás. Aunque no sabía ante quienes, tal vez, él podía tener la obligación de casarse por cualquier motivo y fantaseé con alguna cláusula rara de una herencia o algo así. En algún momento sabría que lo descubriría, llegaría hasta el eje de la cuestión después de un camino de asentir y parecer dócil, Adam no me ganaría la guerra. Dejé de dar vueltas por la plaza y me senté con mi firme convicción de luchar batalla tras batalla estratégicamente para no perder terreno, pero sin dejar de aparentar ser obediente para que no sospechara de mí. Claramente él estaba acostumbrado a manipular las opiniones de las personas, si me mostraba totalmente en desacuerdo en todo momento, él me haría cambiar de opinión sutilmente, pero si no conocía mi verdadera opinión... entonces, resguardaría lo que realmente pensaba para mí. Yo me protegería de él.

Vi salir a lo lejos una figura muy alta del edificio público, supe de inmediato que era él y me levanté caminando lentamente a través de la plaza. Él caminaba rápidamente a mi encuentro dando zancadas, mientras yo me distraje mirando algo que sobresalía en una de las bancas. Había un libro nuevo, con una sonrisa lo sostuve entre mis manos y abrí por la primera página para confirmar mis sospechas.

—Anne, terminamos por hoy ¿Estás contenta? —preguntó.

—Ahora mismo estoy muy contenta —dije sin apartar mi mirada del libro.

—¿De dónde lo has sacado?

—Estaba aquí, lo acabo de encontrar.

—Déjalo y vayámonos pronto para llegar a tu casa a almorzar, nos deben estar esperando —mencionó mirando su reloj.

—Me lo llevaré —resolví.

—Pero su dueño podría volver cuando se dé cuenta que lo ha olvidado.

—¿Lo dice el hombre que husmea vestidos mientras la dependienta no mira? A saber qué otras cosas harás cuándo crees que nadie te presta atención —le espeté.

—Vale, está bien, Anne, has lo que quieras, pero vámonos ya, recuerda que quiero hacer buena letra con tu padre.

—Creeme que eso lo tengo muy presente cada vez que tengo que sentarme a comer a la mesa contigo.

—Ni que fuera tan malo —contradijo él.

—No, es verdad, no es tan malo pero sí agotador —concedí yo tratando de tener presente mi promesa de ser dócil en apariencia.

—No, es verdad, no es tan malo pero sí agotador —concedí yo tratando de tener presente mi promesa de ser dócil en apariencia

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Azul oscuro medianoche: Preámbulo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora