Capítulo 46: Pudor

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El corazón me dio un vuelco, nunca había pensado en eso. Observé la nada como si yo hubiera cavado mi propia tumba todo el tiempo sin darme cuenta. No existía forma humana de quitarme ese vestido yo sola ni siquiera en sueños. Estaba atrapada, condenada a permanecer con eso puesto a menos que alguien me ayudara a quitármelo y lejos de cualquier persona a la que le tuviera la confianza suficiente para hacerme el favor. Adam estaba ahí viendo como me ahogaba en mis propios reproches internos, yo estaba queriendo saltar en cuanto se abriera el hoyo en la tierra, pero él me dio mi tiempo. Esto significaba que si quería dormir sin este vestido iba a tener que permitirle que... La piel se me erizaba de sólo pensarlo. No estaba lista, no estaba preparada, no estaba nada de nada. ¿Qué pasaba si Adam intentaba tener su noche de bodas? Él siempre se había comportado conmigo, pero no podía negar que a primera vista él imponía con su contextura física y no necesitaría hacer mucho para doblegarme en cuando a fuerza física se refería. Lo estudié con la mirada una vez más, Adam estaba tranquilo como si la cosa no fuera con él, esperando que yo procesara la situación. Sabía que él no era un pervertido, jamás había tenido ningún tipo de actitud violenta ni amenazadora. No sólo me pareció que mi miedo era infundado, sino que prestando atención, ese hombre era demasiado atractivo como para que alguien como yo le provocara nada. No conocía el historial de Adam, pero algo me decía que seguramente tenía varias mujeres en su pasado y tal vez hasta en su presente. Yo no pasaría de ser una ficha por la que se preocupaba debido a que le podría ser útil en el futuro, aunque una parte de mí, estaba empezando a dudar de esto último, pero eso me dio el valor para finalmente hablar.

—Esta bien, Adam, pero si... —Le miré a los ojos para advertirle— ¡Te mato!

Él sólo me giró para que le diera la espalda sintiéndome aún más vulnerable, debía dejarle hacer, así que me aferré a la parte frontal de mi vestido preparada para lo que iba a ocurrir. Adam empezó a desabrochar los botones lentamente, le costaba y entendía el por qué, tenía las manos grandes en comparación.

—Vaya —dijo sorprendido— debajo tiene una cremallera.

—Sí, y no te olvides los dos broches minúsculos que hay arriba de la hilera de botones —respondí agobiada.

—Nunca pensé que desvestir una novia podía ser tan difícil —confesó él y me avergoncé.

—Recuerda que es solo abrirlo para que después pueda quitármelo, no es desvestirme —le mencioné ruborizada.

—No creo que te lo puedas sacar sola sin ayuda —comentó y giré mi cabeza para fulminarlo con la mirada.

—Sí, voy a poder —le aseguré y él levanto sus ojos para mirarme a tan sólo unos centímetros.

—No es tan malo el que te vea desnuda, soy tu esposo —me recordó y me hirvió la sangre ante lo que sentí como un acto de descaro.

—Eres mi esposo de mentira —expresé con frialdad—. Ya habíamos hablado de esto, pusimos reglas, Adam.

—No te voy a hacer nada —sonrió apacible como si levantara una bandera blanca— sólo quiero ayudarte.

—Y ahora me vas a decir que no va a pasar nada que yo no quiera —terminé con total desconfianza.

—Exactamente —coincidió.

—¿Sabes que esa es la frase más trillada del mundo para endilgarle la responsabilidad a la chica una vez que ella se confía? —murmuré.

—Sí, porque funciona, pero tú no eres voluble —respondió mientras miraba mi espalda.

—¿Estás diciéndome que soy fuerte para que baje la guardia, verdad? —pregunté con cautela.

Azul oscuro medianoche: Preámbulo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora