Capítulo 26: El obsequio

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Terminé de revolver mi café con leche mientras miraba distraídamente por la ventana de la cafetería a aquel día soleado y apacible, atrás habían quedado las lluvias desde aquel día en que regresé a casa. Me perdí en esos pensamientos por un minuto, anotando en mi libreta mental algo que tenía que recordar hacer luego sin falta. Adam se estiró en su asiento, era evidente que era demasiado grande para estar en un sitio para gente de tamaño normal. En la mañana temprano había pasado a buscarme para que le diera el visto bueno a lo que había dispuesto y reservado para la boda. Aún faltaban las invitaciones, nos estábamos volviendo locos en ese sentido, no todos los días uno hace una boda falsa e invita gente para que lo vea, me reí sin poder evitarlo.

—Sí, soy demasiado corpulento para intentar entrar en este sitio de gnomos. —Sostuvo su taza de café—. Con tazas de gnomos —agregó.

—Es una taza normal ¿Qué esperabas?

—Cuando te lleve a mi casa, te mostraré lo que es una taza de verdad. —Sonrió mientras me miraba—. Podrías bañarte en ella.

—¿Me estás llamando gnomo? —dije sin poder creérmelo. Creo que esta era la primera vez que él bromeaba conmigo y no estaba segura de si me agradaba la idea. A mí me encanta reír y bromear por todo, pero se supone que me estaba obligando a casarme con él, no podía permitirme el lujo de que me cayera bien. Sin importar qué, no cedería, sabía cómo Adam manipulaba a las personas para causar el efecto que él quería y no estaba tan segura de que estuviera siendo sincero ahora mismo.

—Sólo era una broma —dijo intentando cambiar de tema—. El otro día fui a la tienda y vi tu vestido.

Mi rostro se iluminó ante la idea que me había estado rondando cuando lo elegí.

—¿Y bien? ¿Qué te pareció?

—Te verás bellísima, Anne —sonaba contento a la vez que yo estaba estupefacta.

—¿Lo has visto?

—Claro —acotó como si nada.

—Bueno, realmente no me importa demasiado que veas el vestido antes de la boda, ¿Qué puede pasar? ¿Mil años de mala suerte? Como si ahora mismo pudiéramos estar peor, pero me parece tan raro que la dependienta te lo mostrara así como así —me extrañé—. Esa mujer parecía adorar todas esas mierdas del matrimonio.

—Lo saqué del forro y lo miré mientras ella estaba distraída haciendo los papeles de la factura —confesó sin una pizca de arrepentimiento.

—No me digas que además de estafador tienes otras habilidades por el estilo —comenté sin esperar respuesta— Pues me alegro que hayas sacado el tema, espero que hayas mirado muy bien ese vestido —añadí—. porque el día que lo use será aquel en que verás la mayor cantidad de piel mía —apunté mirándolo directo a los ojos—. Así que disfruta las vistas, porque es lo más lejos que llegarás.

—Me parece correcto —concedió tranquilamente sintiéndome un poco desconcertada.

—De verdad, Adam —dije para hacer la pregunta del millón— ¿por qué quieres casarte?

—Sólo dije que me parecía correcto —recalcó— creo que deberíamos poner algunas reglas para garantizar una convivencia sana y poder llevarnos lo mejor posible.

—¿Quieres que pongamos reglas? —le atajé— Ya veo ¿y qué regla te gustaría, Adam?

—Una con la que te sientas cómoda, Anne.

—¿Cuál sería esa regla? —Me sentía como si esta vez yo estuviera en el lugar de mi padre y él estuviera por engullir mi voluntad.

—Creo que como están dadas las cosas dormir en cuartos separados no es algo que debamos aclarar, sé muy bien que no dormirías conmigo, pero tal vez podríamos establecer un toque de queda. —Entrecerré mis ojos buscando la trampa—. Digo, para que estés cómoda viviendo conmigo bajo el mismo techo, podríamos establecer que a partir de las diez si quieres puedes encerrarte en tu cuarto que yo no te molestaré bajo ningún concepto —explicó—. Algo como un toque de queda, a partir de cierta hora no nos molestaremos para que ambos podamos descansar en paz y nos sintamos tranquilos en nuestra propia casa.

Azul oscuro medianoche: Preámbulo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora