Capítulo 18: El compromiso

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A medio camino, frenó y apagó el vehículo bruscamente. No entendía que iba mal, pero me hizo un gesto para que me bajara y lo hice dubitativamente dejando el casco a mano. Él se apeó también e hizo sonar su cuello para terminar fijando su mirada en mí. Estábamos literalmente en medio de la nada y yo no podía evitar mirar de reojo toda la disposición espacial a nuestro alrededor, elaborando un pequeño mapa mental hasta que el finalmente habló:

—Anne, debemos hablar —empezó.

—¿Hablar de qué? ¿Pasó algo? —Me vino una imagen de mi familia a la mente y me preocupé.

—De nosotros —dijo como si fuera la cosa más normal del mundo.

—¿Nosotros? —Arquée una ceja— No existe un nosotros, ¿estás raro como el otro día?

—Hablo de ti y de mí —dijo gesticulando con las manos como nunca me imaginé que lo vería, como si no pudiera terminar lo que quería decir y esa imagen se contradecía con su fachada de príncipe encantador perfecto.

—Estás raro como el otro día —afirmé sin contemplaciones.

—¿Yo raro? Eres tú la que huyó y se dejó secuestrar durante casi tres semanas en medio de la nada —replicó acusatoriamente sin pensar.

—Estaba con mi abuelo —arrastré las palabras como si fuera una obviedad que no merecía más explicación— Además, ¿cómo puedes hablar tan tibiamente de secuestro? Si no regresé antes fue por circunstancias mayores que no tengo por qué hablar contigo y... es mi abuelo, por Dios —Terminé soltando, esperando que esto lo ubicase en su sitio.

—Está bien —replicó con tono conciliador como si intentara medir sus palabras—. Es únicamente que me preocupé por ti. —Me quedé estupefacta mirándolo—. Sí, me preocupé —repitió.

—Bueno, gracias por tu preocupación, pero me parece que no corresponde, a penas sí nos conocemos y no estoy segura de si nos toleramos siquiera —Suspiré.

—Anne, ya te he dicho que quiero llevarme bien contigo, ¿por qué no me das una oportunidad? —Su voz sonaba profunda y sincera.

—Creía que estabas de acuerdo en que no había ninguna posibilidad de amistad entre nosotros —dije mientras mantenía mi ceño fruncido y cruzaba los brazos.

—Y estoy contento con eso, yo no quiero que tengamos ninguna amistad —espetó— no soportaría ser sólo tu amigo, así que me alegro de que las cosas hayan quedado claras entre nosotros y alejarme de la friendzone definitivamente —terminó como si se sacara un peso de encima.

—¿Y entonces qué es lo que quieres? —fui directa—. ¿Acaso eres algún tipo de estafador o algo así?

—Ya te dije lo que quería. —Esta vez fue él quien frunció el ceño— y lo hice —enfatizó.

—¿Hacer qué? —Empezaba a marearme.

—Estamos prometidos —soltó él sin más rodeos.

Tardé unos minutos en procesar esa información tratando de verificar qué tanto de cierto podía haber en su afirmación. Adam se llevaba lo suficientemente bien con mi padre como para que él le abriera las puertas de casa de par en par. Probablemente si se hubiera formado una pareja entre el salvaje que tenía enfrente y una de mis hermanas incautas, mi padre hubiera dado su bendición. Pero, ¿acaso él podría dar su bendición a esto surgido de la nada sin escuchar mi opinión siquiera? Mi padre era un hombre muy tradicional que tuvo un matrimonio arreglado con mi madre que era varios años menor que él, tal vez por esto mi madre me apañaba tanto cuando mi padre quería hacer de celestino. Sí, mi papá quería vernos a las tres casadas. En ese momento la realidad me golpeó y mis ojos se humedecieron, pero no me iba a permitir llorar ni delante de Adam, ni delante de nadie, ni siquiera de mí misma. No me atrevería a derramar lágrimas de autocompasión si esto era cierto, así que lo miré lo más fijamente que pude.

Azul oscuro medianoche: Preámbulo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora