Capítulo 8: Marcas

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Pasé algunos días en casa del abuelo, él me dijo que no había necesidad de preocuparse por mis padres porque él había enviado a alguien a avisarles que me iba a quedar con él. Cuando me sentí mejor, supe que era hora de marchar, pero no pude dejar de preguntarme cómo haría para bajar de vuelta al pueblo en el estado en que había quedado el sendero. Mi abuelo me dijo de forma imperturbable que no debía preocuparme, que encontraría el camino igual que siempre, estuve a punto de replicarle pero de algún modo sentí la seguridad en sus palabras. Así que emprendí el regreso y tal como él me había dicho, no encontré ningún obstáculo en el camino. Me pareció muy extraño encontrar el sendero en el mismo estado que siempre, las dudas no dejaban de colapsar una y otra vez contra el muro del razonamiento que me decía que no había modo humano en que ese sitio volviera a lucir así, que probablemente era mi imaginación y que seguramente me perdí cuando realicé el desvío. La caminata se me hizo corta debido a mi lucha interna entre las dudas, la sensatez, las dudas propias del sentido común y la aplastante realidad.

Llegué a casa antes del mediodía, a penas entré mi madre salió a recibirme con una sonrisa, parece que ellos creían que yo había decidido pasar unos días con el abuelo sin más, evidentemente les habían dicho de los deslizamientos de tierra, pero nadie les comentó que había estado debajo de uno. Mi madre se preocupó un poco, pero al verme en buen estado, simplemente me pidió que por precaución fuera a ver al médico, a pesar de que ella confiaba en los conocimientos medicinales de mi abuelo. Ya saben, la gente de campo está acostumbrada a tener un curandero o curandera en aquellos tiempos donde no es posible tener un médico.

Mis hermanas por otra parte, estaban más interesadas en saber si yo conocía al chico que había ido a informarles, al parecer era muy atractivo y las había dejado impresionadas... o mejor dicho, obsesionadas. Después vinieron las bromas de si el golpe había sido porque me había quedado dormida mientras leía un libro subida a un árbol. Sentí un poco de ira, no podía evitar fruncir un poco los labios mientras ellas se reían a coro, porque yo de pequeña era como un niñito más trepado a la copa de los árboles mientras ellas jugaban a las muñecas. Siempre me habían hecho sentir como un bicho raro, pero por otra parte, tampoco les discutía, estaba demasiado acostumbrada. Con cierto pesar me fui a duchar y mientras desabotonaba mi camisa, observé la mancha en mi abdomen. Era un círculo con a penas un poco más de coloración, la llamábamos la marca del café con leche, porque mi mamá decía que había estado antojada de eso. Como ya les conté, mi familia es muy humilde, así que en los tiempos en que nací había un gran problema económico generalizado, las cosas eran muy caras y a veces un simple café podía ser costoso, ellos ya tenían dos bocas que alimentar y debieron priorizar. Así que yo, era la chica de los antojos, en el brazo derecho casi debajo del hombro tenía lo que llamábamos chocolate blanco en rama, tenía forma de rombo y era más notoria que la del vientre. Después a un costado del cuerpo un poco por debajo de la cintura tenía un punto marrón que no había recibido ningún apodo por suerte para mí, supongo que porque se podía confundir con un lunar y de alguna manera había conseguido pasar desapercibido para la familia teniendo ya dos motivos más evidentes.

Por mucho que los cuente, sigo teniendo tres manchas de nacimiento que me gustaría hacer desaparecer. El imaginario popular dice que quien lleva una marca de nacimiento es bruja, incluso se supone que en algún libro antiguo salían estas marcas como una forma de identificarlas. Agradezco no vivir en esos tiempos, porque yo encima de tener tres, dos de ellas parecen gritar "¡mírenme!" como exhibicionistas e iría derechito a la hoguera. No obstante si las cosas fueran como antes, yo directamente nunca habría nacido. Se preguntarán el por qué, la respuesta es muy simple, mi madre también tiene una marca de nacimiento pero es menos visible, está en la planta de su pie derecho. Seguro que van a pensar que no será para tanto... Si les dijera que tiene forma de fresa y se pone más roja a medida que llega la época de la cosecha de fresas ¿Me creerían? Yo no me lo creo, pero los años me han convertido en una creyente, eso definitivamente no es normal. Al menos cuando pienso en esa extravagancia, empiezo a sentir que por lo menos las mías no son de un color rosado raro que se intensifica hasta llegar al rojo, eso me alivia un poco. Y si esto les ha dejado impactados como a mí durante los primeros años de mi vida, les aviso que mi mamá no es bruja, puede estar un poquito loca a veces, pero no tiene nada de hechicera malvada, todo lo contrario. Ella es una mujer muy amable y trabajadora que siempre me ha demostrado un cariño especial, supongo que porque entendía que mis hermanas me dejaban un poco de lado y ella trataba de compensar eso.

 Ella es una mujer muy amable y trabajadora que siempre me ha demostrado un cariño especial, supongo que porque entendía que mis hermanas me dejaban un poco de lado y ella trataba de compensar eso

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Azul oscuro medianoche: Preámbulo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora