Capítulo 44: Despiadado

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Caminé hasta la carpa iluminada, plagada de sonidos de voces que reían, charlaban y comentaban entre sí. Podía escuchar a mi padre demasiado contento, posiblemente se había pasado un poco con la bebida. Él les estaba contando una anécdota que parecía ser la sensación entre los oyentes. Me acerqué para intentar oír.

—Entonces, va y me dice —prosiguió con su historia después de que se acallaran las risas— si no acepta nuestro amor, me la llevaré de todas formas. —Todos rieron—. Menudo muchacho, yo le dije que si pensaban fugarse y él me respondió que no, que mi Anne jamás haría eso, que estaba muy bien educada, pero que él la secuestraría si fuera necesario porque no podía soportar vivir sin ella. —Algunos reían, otros comentaban y algunas mujeres suspiraban mencionando lo romántico de la situación— ¡Imagínenselo! ¡Cómo para decirle que no! Nunca vi a un hombre más desesperado.

—Oh, pero es tan bonito —dijo una voz femenina— haberte pedido la mano de tu hija de esa forma y luego tú se la niegas de esa forma tan fea, no tienes corazón —acotó la mujer—. Es comprensible que el muchacho se pusiera así, está claro que está muy enamorado.

—Eso mismo me dí cuenta yo —aseguró mi padre—. Sí, yo ya lo sabía desde el primer momento en que le escuché hablar de Anne, aquel día que vino a avisarnos. No soy un descorazonado, solamente quería ponerle presión a ver qué hacía —explicó papá.

—Gracias a Dios que tú no eres mi suegro —agradeció un hombre—, vamos, que me llega a tocar un suegro como tú y para qué quiero yo tener una suegra, menuda tortura.

Las risas se elevaron por todo el lugar mientras unos concordaban. Todo eso me consternó un poco y preferí alejarme unos momentos para pensar en todo aquello que había oído por casualidad. Hablaban de Adam, pero de uno desesperado pidiendo casarse conmigo, asegurando que de no ser aceptada la propuesta me secuestraría. No podía imaginarlo, pensé que se trataba de una increíble exageración de mi padre, pero todos los rumores suelen tener algo de verdad. Aquello de que íbamos a fugarnos ¿podría tener base en lo que acababa de escuchar?

—Anne —dijo una voz agitada, sentí el peso de un abrigo deslizándose sobre mis hombres y como unos brazos fuertes me abrazaban por detrás—. Te he estado buscando por todas partes.

Adam restregó su cara contra mi cabello mientras me olía, se estaba empezando a volver una no muy agradable costumbre, pero lo dejé hacerlo.

—He estado charlando un rato con un familiar tuyo —le conté tranquilamente—. No es para tanto —agregué pensando— a lo sumo habré tardado media hora o cuarenta y cinco minutos.

Adam se removió detrás de mí confundido levantando la cabeza.

—Te he buscado durante horas, Anne —exclamó para luego susurrar detrás de mí—. Pensé que habías huido. —Había tristeza en su voz— Luego vi a Hunter por ahí algo mareado y me preocupé, creí que algo malo te había pasado.

Me abrazó más fuerte como si no quisiera soltarme jamás. Me sorprendió, juraría que no había tardado tanto, no más de una hora. Sin embargo, ahora eso ya no importaba, estaba increíblemente cansada como para conjeturar sobre esto también, seguramente los dos estábamos agotados, debió ser una mala pasada de nuestras mentes después de este largo día.

—Adam, ¿podemos irnos a casa? —pregunté con un gran titubeo al final. No tenía idea dónde quedaba eso, pero sí sabía que ahora yo estaba casada con él y, por lo tanto, tenía que vivir bajo su techo. Al menos, temporalmente.

—Claro —respondió cariñosamente ante la idea—. Tengo todo casi listo, yo también quiero irme o mi cabeza explotará.

—Em, ¿por casualidad has oído a mi padre contar algo sobre nosotros? —solté sin poder evitarlo.

—¿Has oído algo? —replicó él.

—No, nada, por eso te preguntaba —disimulé—. Es que mi padre a veces habla de más, si ha bebido, es probable que contara todas y cada una de nuestra actuaciones melosas.

—Ni que lo digas, ya no sé si voy a poder mirar a la gente a la cara —exclamó avergonzado hundiendo de nuevo el rostro en mi cabello como si se escondiese allí para tranquilizarse.

—Pero si tú eres el hombre más desvergonzado que conozco —dije sin dar crédito—. Según recuerdo, la primera vez que hablamos a solas me soltaste que no querías ser mi amigo y que le pedirías mi mano a mi padre. La segunda vez —recordé— me dijiste que estábamos prometidos como si me hubieras comprado.

—Tienes muy buena memoria —comentó sin levantar el rostro mientras respiraba mi olor.

—Y tengo un montón de frases más tuyas grabadas —continué— ¿Y ahora tienes vergüenza?

—Era distinto, estábamos solos —respondió enderezándose.

—¿Y todas las cosas que has dicho delante de mi familia? ¿No crees que has dado pie para que mi padre tuviera anécdotas a montones? —le recriminé.

—Es distinto.

—¿Por qué? No lo entiendo.

—Porque estaba contigo —contestó suavemente—. No me preocupaba lo que la gente pensara, te tenía a mi lado.

—Eres imposible —solté sin saber si reír o enfadarme.

—¿Por qué lo dices? ¿Qué he dicho de malo?

—Se suponía que estábamos actuando delante de mi familia para que ellos nos permitieran casarnos lo más pronto posible. Dijimos todas esas tonterías porque nos importaba lo que ellos fueran a pensar —razoné.

—Para mí sus opiniones eran secundarias, me importaba más que tú pasaras por todo esto de la mejor manera posible.

—¡Vaya, pero si no tienes vergüenza! —exclamé—. Tú fuiste el que me convenció de que actuáramos, fue idea tuya y ahora dices que prácticamente te daba igual.

—No me daba igual, no he dicho eso —rechazó—. Sólo digo que venir un día y sacarte de casa sin más, les habría causado una gran angustia a tu familia, lo cual —bajó la voz antes de continuar— no es que me importe tanto —dijo casi disculpándose en su tono de voz, siendo consciente de la crueldad de sus palabras— pero eso te habría lastimado. Entonces —continuó— más que mercadería, te habrías sentido como una presa y tendrías razones sobradas para odiarme por toda la eternidad —argumentó—. Mientras yo tendría causas suficientes para odiarme a mí mismo para siempre por hacerte algo como eso.

—¿Me habrías secuestrado, Adam? —dije sin poder creérmelo.

—Si tu vida dependiera de ello, sí, aunque me odiaras —murmuró— y pese a que yo mismo me odiara —acotó despiadado en su sinceridad.

—Eso es horrible —dije afligida de sólo imaginarlo.

—Pero estarías viva —finalizó dejándome sin palabras.

—Pero estarías viva —finalizó dejándome sin palabras

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Azul oscuro medianoche: Preámbulo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora