28 "Editado"

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Emma

—¿Cómo estás? —me pregunta mi hermano una vez me he sentado en el asiento del copiloto y he cerrado la puerta del coche.

—Bien. —le digo encogiéndome de hombros mientras me abrocho el cinturón de seguridad.

—Pues no tienes buena cara.

—Vaya, gracias. —digo con sarcasmo.

—No, lo digo enserio. ¿Ocurre algo? ¿Has suspendido algún examen? —me pregunta mientras pone en marcha el coche y salimos a la calle para introducirnos entre el trafico de un domingo por la mañana.

—No me pasa nada. Será porque no he dormido bien esta noche. —y miro por la ventanilla porque sé que si me viera la cara sabría que estoy mintiendo como una bellaca.

—¿Y eso?

—Trabajos, exámenes, la abuela... No sé, será que tengo muchas preocupaciones en la cabeza. —y es medio verdad, pero omito el verdadero problema de mi insomnio.

—Hablando de la abuela. Terminarán la reforma el próximo martes, así que el miércoles ya estará en su casa.

—Bien. —noto como Pablo desvía un segundo su vista de la carretera para mirarme, pero enseguida vuelve a mirar hacia delante.

—¿Seguro que estás bien? Estás muy callada, y eso que siempre hablas hasta con las piedras. —me dice en broma. Queriendo o no, sus palabras me hacen gracia y se me escapa una sonrisa.

—Eso no es verdad. —me defiendo.

—No te callas ni debajo del agua.—continua divertido.

—Lo que tu digas. —y pongo los ojos en blanco.

—Por cierto... La abuela esta mañana no me ha reconocido. —dice ahora más serio. El ambiente en el coche cambia por completo, y un pinchazo se cuela en mi pecho al saber a qué se refiere. Ahora mismo el problema de Alberto, al decirme eso mi hermano, me parece menos importante.

—¿Qué te ha dicho? —y ahora si que le miro directamente.

—Que quién era. Yo le he explicado que era Pablo, su nieto y ella me ha dicho que su nieto tiene diez años. —un nudo se instala en la garganta y la tristeza que ya sentía aumenta considerablemente.

—Madre mía. Esto va muy rápido. —y no sé si lo digo más para mí que para mi hermano mientras me tapo la cara con mis manos. Saber que mi abuela está perdiendo la memoria a pasos agigantados y que su enfermedad crece, me crea una impotencia al saber que no puedo hacer nada para solucionarlo.

—Demasiado.

—¿Y qué podemos hacer? —le pregunto deseosa de buscar cualquier solución aunque sepa que es imposible.

—Nada. Tener paciencia y ayudarla a recordar cada vez que pase esto. No podemos poner el grito en el cielo porque eso será peor para ella.

—No creo que esté preparada cuando llegue el día en el que ya no se acuerde de nada. —y noto como mis ojos empiezan a picar por las lagrimas que quieren salir.

—Tendrás que empezar a hacerte a la idea.

—Lo sé, lo intento, pero siempre duele.

—Y siempre va a doler.

***

Estamos los cuatro comiendo en casa de mi hermano, sentados al rededor de la mesa, y yo no puedo evitar dejar de mirar a mi abuela y cualquier movimiento que ella hace. No puede ser que su cerebro haya desconectado temporalmente para no acordarse de quien es Pablo y que ahora esté tan normal sabiendo perfectamente que es lo que cenó la noche anterior. No entiendo el funcionamiento de su cerebro y cómo puede ser que sus neuronas, o la masa gris que hay ahí dentro, puedan cambiar tanto como para hacer que mi abuela no se acuerde en un momento concreto del día de los últimos veinte años.

Baila Conmigo (1° Trilogía Conmigo) COMPLETA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora