Baila Conmigo (1° Trilogía Conmigo) COMPLETA.

18 "Editado"

Emma

Me despierto sintiendo como el calor y la luz del sol que entra por la ventana me dan de lleno en la cara. Abro los ojos poco a poco intentando acostumbrarme a la luz, y en silencio, estiro mis brazos y mis piernas para destensar todos mis músculos agarrotados de dormir toda la noche en la misma posición, y menuda noche. Después de acostarnos un par de veces más Alberto y yo, llegó el dilema de cómo dormir. Se supone que no tiene que haber sentimientos de por medio, que no somos una pareja, que no dormimos abrazados ni nada, pero aún así, a mí me apetecía. 

En cuanto llegamos al clímax entre las sabanas, se creó un silencio incomodo entre los dos, sin saber que dirección tomar o cual es el siguiente movimiento que teníamos que hacer. Yo no iba a ser la que le dijera que me abrazara, que pegara su pecho a mi espalda para dormir juntos. Como una cobarde le dije "buenas noches" y giré mi cuerpo en una de las esquinas de la cama para darle la espalda. Deseaba que él se acercara, que diera el primer paso y que me hiciera entender que no soy una cualquiera por hacer todo esto. Que me hiciera ver que después del sexo también había un poco de nosotros. Pero eso no pasó, y después de estar pendiente dos horas de cualquier movimiento suyo, me llevé un chasco para después dormirme. Me ponía nerviosa cada vez que notaba que se acercaba un poco, que el peso del colchón cambiaba considerablemente, pero nunca llegaba a tocarme, y no me gustó mucho que no lo hiciera. 

Giro mi rostro y lo veo dormido de lado hacia mí. Bastantes centímetros nos separan y me siento un poco decepcionada por no haber sido más valiente y haber decidido dormir entre sus brazos. ¿Cómo habría sido? ¿Qué se sentirá acurrucarse contra su pecho?. Me regaño mentalmente a mi misma por pensar en eso. Yo soy la que dijo que nada de sentimientos, yo propuse las reglas, los límites que tenemos en este fin de semana, y que después de esto, lo que pueda haber entre nosotros, no continuará por el bien de nuestras carreras. 

Me levanto con cuidado cayendo en la cuenta de que estoy completamente desnuda. De puntillas para no despertarle, cruzo la habitación hasta llegar a su escritorio donde tengo mi macuto con el ato de ropa que cogí ayer en casa de mi abuela para pasar la noche. Si me presento hoy en casa de mi hermano con la misma ropa seguro que se preguntará donde he dormido. Me pongo la ropa interior limpia, y cuando saco la camiseta, oigo cómo Alberto se mueve en la cama.

—¿Qué haces? —me pregunta con voz somnolienta cuando se incorpora, y me mira con un ojo abierto y otro cerrado. Yo me tapo corriendo con la prenda que llevo entre mis manos, como si un jersey pudiera taparme entera.— No hace falta que te tapes. Ya he visto todo lo que escondes. —y me dedica una sonrisa perversa mezclada aún con el sueño de recién levantado. Me guste o no, tengo que reconocer que así está para comérselo y que tengo que echar de toda mi fuerza de voluntad para no volver a meterme entre las sabana al ver su pecho desnudo. 

—Vestirme. —digo mientras termino de ponerme la camiseta y los pantalones vaqueros sin hacer caso a su última frase. Alberto carraspea y vuelve a preguntar.

—¿A donde vas?.

—A casa de mi hermano a ver a mi abuela. —le explico mientras meto toda mi ropa sucia en el macuto. 

—¿Quieres desayunar? —y se frota los ojos con una mano.

—No, da igual, desayunaré con ellos. —y me cuelgo la bolsa en el hombro mientras lo miro desde un lateral.

—¿Quieres que te lleve? —y no veo nada de chulería en su rostro, nada de prepotencia, nada de superioridad y ni siquiera nada de autoridad. Solo una mirada tierna y una sonrisa cálida que hace que se me caliente el pecho. Vale, necesito salir de aquí.

—No, da igual. Cogeré un autobús. —no des señales de debilidad, no des señales de debilidad, me repito mentalmente.

—¿Te recojo después? —otra vez esa manera de preguntármelo.