25 "Editado"

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Emma

Bloqueo el teléfono sabiendo perfectamente que tengo una sonrisa tonta en la cara. Sí que me he puesto cachonda con sus palabras, pero saber que él estaba deseoso porque yo volviera aún me ha gustado más. Me encantan nuestras conversaciones por mensaje, y cuando son subidas de tono me divierten y me ponen tontorrona a partes iguales.

Siento mi cuerpo lleno de alegría después de ayer y aún mucho más de lo de anoche. No sé como sucedió, pero me he despertado entre sus brazos con una sensación tan cálida en mi pecho que creía que me iba a explotar. Sé que cuando terminamos de follar como conejos, Alberto me abrazó y en menos de un segundo caí rendida por lo cansada y relajada que estaba, pero creía que en cuanto se diera cuenta él me soltaría para volver a ponernos cada uno en su lado de la cama. La ilusión a inundado mi cuerpo cuando he notado ésta mañana como el vello de su pecho me hacía cosquillas en mi nariz.

Miro hacia la puerta de la cocina donde se puede ver el comedor y veo a mi abuela sentada en el butacón mientras mira la tele. Me he tenido que sentar en una de las sillas de la cocina porque sino mi abuela notaría como los colores se adueñaban de mi cara y aún más me moriría de vergüenza. No me imaginaba que Alberto pudiera ser tan directo con sus gustos en la cama, y ahora saber todo lo que me quiere hacer aún consigue que los minutos se pasen más lentamente. Yo también estoy deseando encerrarme con él en su habitación y no salir en todo el fin de semana.

Me levanto de mi sitio y ocupo la silla al lado de mi abuela ahora que me he tranquilizado un poco, aunque las imágenes guarras que Alberto me ha metido en la cabeza no se me vayan ni un segundo.

—¿Qué te apetece comer? —le pregunto a mi abuela bajando el volumen de la televisión que siempre está alta cuando ella tiene el mando. La movilidad de su lado izquierdo no lo ha recuperado al cien por cien después de que ocurriera lo de la trombosis, pero ha mejorado mucho.

—¿Cómo vamos a comer si aún no hemos desayunado? —me pregunta con una ceja levanta.

—Son la una y media de al medio día. —le digo pacientemente.

—A vale, con razón tenía hambre. —dice en broma aunque a mí no me lo parezca.

—¿Entonces qué te apetece? —vuelvo a preguntar.

—¿Qué tal fideos?

—¿Claudia ha hecho caldo?

—No lo sé, pero yo sí. —la miro directamente para intentar descifrar un poco lo que está pensando.

—Estamos en casa de Claudia y Pablo. —digo despacio para que asimile bien la información. Mi abuela abre mucho los ojos y empieza a mirar todo el comedor de un lado al otro.

—¿Qué hacemos aquí? ¿Y cuando hemos venido? —mira debajo de la manta que cubre la mesa. —¿Y por qué voy con las zapatillas de estar por casa si ésta no es la mía? —pregunta asustada. Otra vez no se acuerda de nada.

—Nos han invitado a comer. —miento. No quiero que mi abuela se ponga triste porque por culpa de su enfermedad a vuelto a olvidarse de las cosas. Ella me mira aún con ojos asustados pero poco a poco se va tranquilizando.

—¿Y por qué llevo mis zapatillas de estar por casa?.

—Te las han dejado porque te has mojado las botas de camino a aquí por la lluvia que ha caído. —y no sé de donde he sacado esa capacidad para inventarme mentiras tan rápido. Espero que no mire por la ventana y vea que hace sol.

—A vale. —veo como su cuerpo se relaja en solo un segundo.

—Voy a hacer la comida. —le aviso antes de que vuelva a empezar con sus preguntas. Sé que en cinco minutos se le olvidará la explicación que le he dado y que vuelva a creer que está en su casa. O eso, o que vuelva a recordar el por qué está viviendo en casa de mi hermano estos días.

Baila Conmigo (1° Trilogía Conmigo) COMPLETA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora