CAPÍTULO 20 UN ÁNGEL EN LA NOCHE

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Los padres de Isa ya tenían más de dos semanas en el país. Don Pablo, un hombre alto, de tez morena, bigotes grandes y espesos, era acreedor de una recia personalidad, extremadamente drástico por momentos, implacable en otros, pero una marcada debilidad respecto a su preciosa hija. Frente a su adorada familia, y sobre todo su amada heredera, perdía toda esa coraza, aunque lo disimulaba muy bien. Estuvo con ella diariamente por la mañana, por la tarde, o por la noche, acompañándola en el hospital según lo necesitara, sin hacer notar su presencia. Raras veces emitía alguna palabra. Se la pasaba sentado en un pequeño sillón, al fondo de la habitación. Casi invisible, callado observando la recuperación de su niña, como le decía, fingiendo leer un diario que no entendía porque no hablaba muy bien el inglés, ojeando revistas de farándula, que no le interesaban. Incluso llegó a dominar el arte de reír viendo la televisión, cuando en su casa detestaba según él "ese aparato del demonio, que, había sido creado para destruir la inteligencia de las personas". Llegaba la abrazaba y besaba en la frente, así mismo se despedía, todos los días. Cuando llegaba el Psicólogo, muy educado se retiraba en silencio, sin que le tuvieran que pedir que saliera y evitaba acompañarla a la clínica para no interferir con el tratante. Contrario a Doña Carmencita, que necesitaba saber todo respecto a su hija. Haciéndose la distraída, se metía al lavabo los primeros diez minutos de la sesión, para que olvidaran que ella estaba allí, al menor descuido entre abría la puerta para escuchar. Pero el astuto analista no se le escapaba nada, ya fuera que desviaba la conversación entre el clima y el ambiente y luego, con diplomacia le pedía que se retirara o cambiaba de planes y se llevaba lejos a la paciente para que pudiera desenvolverse abiertamente.

El siguiente lunes por la noche la visita de Don Pablo fue de despedida. Se volvió a su país y dejó a Doña Carmencita a cargo por las siguientes semanas hasta la recuperación de su hija y el retorno de ambas. No sin antes recomendarles a ambas prudencia y medida con sus acciones y los gastos.

Isa se sintió muy triste al ver partir a su padre. Lo amaba y le había dolido mucho haberle causado penas y problemas. Aún no comprendía cómo había llegado a tal comportamiento, en qué momento ella tomó esa decisión de hacer ese viaje. Quería enmendar su falta y darles un motivo de orgullo a sus padres, pero se enfrentaba con la situación que ellos no estaban de acuerdo con nada de lo que ella hacía. No sabía si sus decisiones eran malas porque no estaban bien o si eran malas porque eran de maldad. Su juventud no le permitía distinguir lo uno de lo otro. Ella intentaba hacer lo que su corazón le dictaba, realizar cosas que le gustaban y dejarse llevar un poco por la emoción para que sus padres vieran de lo que ella era capaz de lograr y alcanzar. Sin embargo fallaba estrepitosamente en el intento. Las calificaciones en la escuela no eran para recibir la bandera, pero al menos no se quedaba retrasada. Simple y sencillamente no sabía cómo agradarlos. Ser obediente, ayudar en casa, no salir sin permiso, no responder de mala manera, ser cortés, practicar buenos hábitos, no eran acciones que para ella tuvieran algún valor. Pensaba que, para agradarlos, tendría que hacer algo heroico, algo grande, sobresalir del montón y no solo acciones del diario vivir.

Estando tanto tiempo hospitalizada se limitaba a sentir pena por sí misma. Su habitual brillo desapareció. Su actitud divertida, coqueta y desenfadada se volvió irritable, triste, a la defensiva y hasta algo agresiva. Por momentos pensaba que jamás saldría del hospital.

Una tarde, después que su padre se fue, su madre le propuso que se quedaría con ella acompañándola al verla tan deprimida. Estaban abrazadas en la cama, conversando, cuando alguien tocó la puerta. Al abrir, allí estaban parados dos agentes representantes del consulado de su país, para comunicarles que había llegado el informe médico, que daba de alta a Isabela al siguiente día a media mañana. Que se prepararan porque luego sería trasladada a una residencia intermedia antes de ser deportada. Por ser menor de edad, su condición convaleciente y estar en compañía de su madre no las separarían y quedarían en la misma residencia como una consideración por parte del Embajador y el gobierno de Canadá. Pero que ella seguía en calidad de detenida. La noticia les cayó como balde de agua fría. Sintieron la ausencia de Don Pablo como si ambas fueran huérfanas y desamparadas. Doña Carmencita decidió llamar a la secretaria del consulado que tan amable las había tratado, buscando un poco de apoyo para que su hija no fuera dada de alta tan pronto, pero no consiguió nada. La secretaria se limitó a decir que eran órdenes ya dadas y no se podía cambiar el protocolo.

A media noche una enfermera llegó a pasar revisión de rutina y las encontró a ambas durmiendo en la cama de la paciente. Isa estaba profundamente dormida, mientras su madre lloraba en silencio, ahogando las lágrimas en la almohada. Se puso de pie al ver a la enfermera, pensando que recibiría una llamada de atención, pero no le dijo nada, por el contrario, se mostró amable y le preguntó si necesitaba algo que no dudara en pedirlo. De pronto la enfermera inició una conversación

- Son tan jóvenes un día y al siguiente ya no están con nosotros...

- Sí... pero es difícil comprenderlos. A veces nos afectan sus malas decisiones.

- Los hijos no son piedras que no sientan no piensan y no tienen derecho a vivir. Así como nosotros, siendo jóvenes cometimos nuestros propios errores, tuvimos nuestras propias experiencias buenas o malas, ellos también, porque es parte de la vida del crecimiento personal.

- Pero se les educa precisamente para eso, para que no cometan los mismos errores y no sufran...

- También a nosotros nos educaron y sin embargo fallamos.

- ¿Será que les hicimos tanto daño a nuestros padres, los decepcionamos y los pusimos en penas y problemas de tamaña naturaleza...?

- Le aseguro que sí... pero quizás ellos tuvieron tanta comprensión que no nos hicieron sentir mal para no herir nuestros sentimientos ni afectarnos de por vida... para que nos pudiéramos levantar de nuevo y seguir adelante sin problemas...

- Es cierto tiene razón. Pero a veces el enojo nubla la razón y nos creemos perfectos...

- Es muy normal sobre todo si la travesura nos causa responsabilidades legales y de gastos imprevistos...

- Y no aprenden la lección, no entienden el mensaje de la vida...

- Le aseguro que ella cambió. Esto le sirvió para tomar consciencia de sus actos y darse cuenta que no podemos proceder sin antes meditar cuánto a quién y cómo afecta lo que hacemos.

- Sí, tiene razón. Gracias. Está usted enterada del caso de mi hija por lo visto. ¿Cómo dice que se llama señorita?

- Dígame Grace... Sí, estuve presente cuando ella ingresó al hospital. Me impresionó verla sola y siendo tan joven en una situación tan preocupante como madre me puse en su lugar. Disculpe mi impertinencia...

- Grace no se preocupe. Saberlo nos impactó mucho. Intentar viajar con tanta premura no hubiera sido posible sin la ayuda del consulado... ¿Tiene hijos?

- Sí, dos, una chica y un chico... ya están casados. De hecho ya soy abuela.

- ¡Vaya! se ve usted muy joven.

- Gracias. Solo es efecto del uniforme, nos hace ver como adolescentes...

- No creo que su rostro angelical y ese color de ojos, verde lima sean efecto del uniforme mucho menos la figura esbelta...

- Oh que amable... gracias, pero los años pasan y no en vano. Bueno señora la dejo descansar. Que tenga paz en su corazón. Ya no se preocupe tanto por esta situación. Le dejaré un número de teléfono, por si necesitan algo estando en el albergue que las llevarán mañana, pueden llamar y pedir lo que necesiten, solo deben preguntar por Richard y decirles que Grace les dio el número.

- ¿Richard... supongo que es su conocido?

- Sí, no se preocupe es una persona de confianza. Hace mucha labor social y les ayudará en caso lo necesiten, inclusive si llegaran a necesitar un abogado.

- Gracias señorita es usted muy amable y en este momento tan difícil encontrar una mano amiga que nos brinde apoyo incondicional me parece un milagro...

- Con todo gusto. Me retiro. Por si ya no las veo que todo les vaya muy bien... que siga mejor su hijita.

- Gracias. Bendiciones grandes para usted y familia.

- Gracias...

La Enfermera salió del cuarto silenciosamente. Al verla alejarse parecía un ángel con una aura que iluminaba todo a su alrededor. Doña Carmencita pensó que el sueño la estaba haciendo alucinar y no le prestó mayor atención. Al cabo de un rato dormía profundamente al lado de su preciosa hija...

MI PRECIOSO TESORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora