―Te noto distraído, Matthew.
El conde alzó la vista de los papeles que tenía frente a él. Llevaba media hora viéndolos, y si le preguntaban lo que contenían, probablemente ni siquiera supiera de dónde los había sacado.
―Perdón, ¿decías algo?―le cuestionó a su amigo mientras se llevaba, con frustración, la mano al puente de la nariz.
―En realidad, lo decía todo.
Bass lo veía con el ceño fruncido del otro lado del escritorio. Su amistad con el conde había comenzado tan solo unos cuantos meses atrás, cuando lograron hacerse socios en la industria textil. Y lo cierto es que el conde y el marqués embonaron a la perfección: Ambos eran buenos en las finanzas y veneraban el silencio como una virtud, pero aquella tarde soleada, hablar se les había vuelto una necesidad, porque no había otra cosa que les urgiese más que aliviar los negocios que se les iban a pique.
―No sé en dónde traigo la cabeza.
Negó Benjamín mientras se levantaba del asiento y andaba hacía el lugar donde guardaba el licor.
―¿Qué sucede?―preguntó Bass Jenner, marqués de Bristol, intentando ayudar al conde para volver a aquel asunto que los estaba comiendo vivos.
Matthew se sirvió lentamente el whisky y después se lo bebió de un solo trago saboreando el ardor que el alcohol le dejó en la garganta. Le palpitaba la cabeza, le pesaban las piernas, y podía jurar que había pasado toda la noche mirando el techo después de volver a su habitación la madrugada anterior.
―Sigo preocupado por las cuentas. Los números no dan y al paso que vamos me temo que podríamos...
―Tener un ladrón en el negocio―terminó el marqués soltando un respiro mientras se acomodaba en la silla.
―Exacto―corroboró.
―Yo también creo eso, pero, ¿qué haremos?―preguntó, encogiéndose de hombros―. No podemos despedirlos a todos.
Benjamín lo miró mientras se volvía a servir más whisky.
―Claro que podemos, Bass.
―Dejaríamos a cientos de personas sin trabajo.
―Se lo merecen por morderles la mano a los que siempre les hemos dado para comprar el pan.
El conde era despiadado. Su alma estaba congelada, y en lo único que pensaba era en su propio bienestar.
La empresa textil se les taba escurriendo de las manos por el dinero que desaparecía inexplicablemente, y si tenía que dejar sin comer a todos para volver a tomar las riendas, entonces que se murieran de hambre.
―Es una decisión muy apresurada.
El marqués, como todo el tiempo, defendiendo a los demás.
―Es la única solución.
Decretó Benjamín bebiéndose el segundo vaso de Whisky.
―Debe haber algo que no perjudique a tanta gente y nos deje los mismos resultados que...
El marqués se vio interrumpido por unos golpes suaves del otro lado de la puerta. Benjamín lo miró mientras negaba con la cabeza y respondía con ese gesto al comentario que no había terminado de salirle por la boca.
―Adelante.
El mayordomo abrió la puerta del despacho e hizo una reverencia ante los dos nobles.
―Milord, el barón Belmont desea verlo.
Aquellas palabras llamaron inmediatamente la atención del conde.
De pronto, le llegaron de golpe todos los recuerdos de la noche anterior: la piel brillante de la dama, la cabellera oscura pegándosele a los hombros desnudos que fácilmente podría morder, y aquella forma grosera de insultarlo...
«Violetta Whitman». Saboreó su nombre.
Definitivamente la joven necesitaba a alguien que le diera una lección para tragarse sus comentarios groseros.
«Te duelen las verdades», le dijo una voz juguetona en su cabeza.
―Que pase al despacho―le ordenó al mayordomo.
―En seguida, milord.
El hombre se marchó y, a los segundos, el barón entró a la habitación con una elegancia que no tenía comparación. Claramente, Benjamín era muchísimo más alto que él, y mucho más atractivo también. Las facciones regordetas de lord Belmont no le daban gracia, pero nadie podía negar que era una persona de buena cuna y modales.
―Buenos día, señores.
―Buenos días, milord―Matthew respondió al saludo inclinando un poco la cabeza―. Doy por hecho que ya conoce al marqués de Bristol.
El Barón asintió.
―En efecto. Buenos días, marqués.
Bass solo asintió mientras se llevaba la copa de vino a los labios. Era un hombre de pocas palabras, y es que aun cuando su alma era caritativa, tenía escondido un carácter al que nadie tenía el antojo de admirar.
― ¿Y a qué se debe su visita?―preguntó Benjamín para disimular la grosería de su amigo.
Lord Belmont volteó hacia él y se arregló el corbatín antes de hablar. El conde no pudo evitar notar que tenía los mismos ojos que lady Violett.
―Verá, pronto mi esposa y yo volveremos a Londres para la presentación de nuestra hija y creemos conveniente invitarlo a cenar después de nuestra larga estadía como vecinos.
Además, tengo un par de negocios que podrían convencerle.
¿Cenar en su casa?
Las tierras de los dos hombres eran cercanas y tal situación los había llevado a cerrar algunos tratos juntos, inclusive habían cenado un par de veces en la propiedad del conde, pero esta vez, por Dios que la propuesta del barón hizo que le temblaran las piernas a Matthew. Un nudo se instaló en su estómago al pensar que, si tenía suerte, iba a poder volver a ver a la joven dama, y es que en medio de sus preocupaciones financieras, no podía sacar de su cabeza la forma que tuvo de ponerlo en su lugar:
«Es usted un cabrón».
Tenía garras. ¿Cómo se sentirían arañándole la espalda?
―Con gusto aceptaré su invitación.
Y aquello complació de grata forma al Barón, quién tenía algunos planes ocultos entre los bolsillos el chaquetin.
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La Seducción Del Conde | La Debilidad De Un Caballero II | En físico
Historical FictionUna par de caricias ocultas entre los jardines. Unas tres insinuaciones susurradas en el oído. Cuatro besos ardientes de los que hacen que tiemblen los tobillos. Y cinco razones para caer ante aquella mirada perversa que la quiere solo para él. 🏅#3...