|Capítulo 30|

6.1K 737 133
                                    

La epidemia que estaba azotando a Londres no tenia piedad sobre ninguna alma. Muchos rumoreaban que era una enfermedad que habia venido desde Asia a traves de los barcos comerciantes y otros, que poco sabian de lo que hablaban, decian que era una maldicion que arrojó Dios a la tierra para limpiarla de las malas hiervas que en ella habían crecido.
Lo unico de lo que se tenia certeza alguna, era de que nadie estaba exento de terminar entre sus garras y ser tragado por el huracán de la muerte. Le tocaba desde los campesinos hasta a los de mejor cuna, y cada quien le temia a su manera.

Incluso, hasta los que no estaban infectados, le tenían miedo a sus efectos y a lo que les causarían estos a sus seres queridos, y fue éste mismo panico el que causó que lord Lamb, el padre de la flor inglesa de aquella temporada, corriera a Francia con su esposa en brazos buscando algún especialista que la curara de la muerte que le acariciaba la columna.

Y sin atreverse a cometer ningun riesgo, ademas de los ya mencionados, dejó a su hija, lady Madeline, al cuidado de su gran amigo, el duque de Standich, para que fuera su protector durante el tiempo que él estuviera lejos, con el proposito de que aquel viaje no interrumpiera de ninguna forma el cortejo que el conde de Montesquieu tenia con la dama.

Claro que Benjamin casi se cae de espaldas tras escuchar el plan del marqués, y no dudó en contarle a éste la escena que habia presenciado unas cuantas noches atrás, donde halló a Lady Madeline en una situación muy intima con el Duque.

El padre de la dama se habia llevado la mano a la barbilla pensando en lo que el conde le habia contado, y su unica respuesta fue:

-Me encargaré de eso, Milord.

Y unos días después, el marqués partió a Francia con su moribunda esposa y dejó a Madeline a los cuidados de Hunter, arreglando un carajo, y Benjamín no pudo hacer nada para asegurar su territorio.

Era una cuestión de orgullo más que de interés. Ultimamente toda su vida lo era. Estaba intentando cuidar una reputación que poco a poco se desvanecía y dejaba de lado aquello que sabía que era lo que realmente quería.

En algunas ocasiones le robó un par de besos a su prometida, intentando encontrar las llamas que se encendían en sus labios cuando besaba a Violetta, cuando la tenía entre sus brazos, cuando escuchaba sus suspiros al acariciarle la piel... y no sintió nada. Nada. Porque malditas fueran sus ganas que no querían a cualquier cuerpo entre sus manos. Maldito fuera el tiempo que seguía corriendo mientras todos parecian seguir con su vida, y él, como un mal perdedor, permanecía estancado en lo mismo, fingiendo felicidad plena mientras se lo estaba llevando el diablo.

Poco a poco comenzó a notar que mientras los días transcurrian, lo que le había hecho a Lady Whitman se comenzó a ocultar despacito entre las sombras. Aún habia murmullos, sí, claro que siempre iba a haber quien hablara, pero habian llegado nuevos chismes y escandalos, y lo de la dama pasó a segundo plano.

-Si te vas a ir de su lado, hazlo bien—le había dicho Elena en varias ocasiones.

Debia de alejarse completamente y dejarla ser feliz, aceptar las consecuencias de las desiciones que habia tomado, porque él y solamente él, era el causante de la mierda en la que se encontraba.

No valia la pena seguir rondando por donde sabia que ya no era bienvenido.

Debía de aceptar que no le quedaba más que resignarse y acostumbrarse a vivir con las desiciones que habia tomado.

La Seducción Del Conde  | La Debilidad De Un Caballero II | En físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora