|Capitulo 33|

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Hay besos que son fuego, besos que son caricias que en la boca saben a miel. Hay besos que, de cierto modo, te hacen caer en una locura momentánea, lenta, dulce, fugaz.

Besos que son promesas, que son recuerdos y delirios.

Besos que son pasión y lágrimas.

Besos que matan y reviven.

Besos que deseas que nunca terminen.

—Benjamín...—susurró Violetta mientras el conde se dedicaba lentamente a desatar el corsé.

—¿Estás segura de esto?—la voz le sabía dulce, profunda, ronca.

—No hables, por favor—rogó la mujer mientras sentía como poco a poco el hombre fue regando besos por la parte de atrás de su cuello, besos húmedos que poco a poco fueron bajando por su espalda, en una danza suave que terminó en su cadera.

La falda calló al piso, junto con el camisón, destinadas a hacerle compañía a la ropa que la dama ya le había quitado al conde.

Se voltearon lentamente, para verse a los ojos. Ambos desnudos, ambos sedientos de besos y caricias. Ambos extrañándose.

El conde vacilaba, no sabía con certeza lo que estaban haciendo. Pero Violetta no perdió el tiempo, acortó con su mano la distancia que los separaba, tocándole el pecho, admirando su piel, recorriendo todos aquellos lugares donde quería darle besos.
Se puso a ello, acariciandolo con su boca mientras lo escuchaba lanzar suspiros. Las manos del hombre perdieron la cabeza y comenzaron a recorrer la espalda de la dama, a tocarle el cabello, a delinear su mejilla.

Violetta comenzó a guiarlo hacia el sillón. No quería ir a la cama, no deseaba tener la obligación de quedarse cuando aquello acabara, solo buscaba saciar su propia sed de él, sin compromisos, sin ataduras, solo besos y carne.

El hombre se sentó cuando sus pies tocaron el mueble, y admiró, de forma sublime, como el cuerpo desnudo de la mujer se sentaba sobre él rozando con su húmeda intimidad el miembro duro que la reclamaba. Delineó sus pechos de manzana, que tomaban la forma del pecado mismo y lo invitaban a morderlos con lujuria. Tardó tres segundos en ser expulsado del paraíso y condenado al infierno, pues fueron esos los únicos que pudo resistir antes de apoderarse de los rosados pezones.

Un suspiro salió de la boca de Violetta y sin querer se removió sobre sus caderas, incitándolo a meterse todo el pecho a la boca. Benjamín lo degustó mientras su mano acariciaba al otro y después cambió, dispuesto a saciar cada centímetro de su ser.

—Bésame la boca.

Le suplicó Violetta, sin esperar a que actuara, simplemente alejó su torso y reclamó sus labios. Lo mordió con un dolor delirante y después lo acarició con la lengua.

No tenía ni la menor idea de lo qué así, pero se sentía bien, y en aquel momento, lo único que quería era saciar sus deseos, llenarse a si misma, cumplir cada uno de sus anhelos y no quedarse con las ganas.
Sus días en Londres estaban contados, así pues, ¿Qué más da una habladuría más?

Continuó el beso mientras apretaba sus cuerpos y dejaba las pieles se entregaran. Disfrutó el calor que Benjamín Matthew irradiaba y lo bien que se combinaba con el suyo.

Las manos del hombre masajeaban sus muslos mientras ella tiraba de su cabello rubio y le devoraba la boca. Era una guerra entre dos monstruos, ambos fuertes y hambrientos, que querían marcar el territorio y proclamarse ganadores.

Violetta bajó lentamente una mano, recorriéndole el cuello al hombre, navegando por su firme pecho y su tentador abdomen. Acarició con lujuria sus caderas, y ya que estaba mandando todo al carajo, tomó entre sus manos el hinchado miembro y lo acarició con las yemas de los dedos.

La Seducción Del Conde  | La Debilidad De Un Caballero II | En físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora