Aquella mañana tempestuosa, la lluvia bajó su intensidad y se convirtió en una pequeña brisa suave que movía las hojas de los árboles como si la noche anterior no los hubiera azotado.
Benjamín apenas y pudo mantener los ojos cerrados por la madrugada. Se quedó despierto pensando en todas sus posibilidades. Tenía un plan, uno que conllevaba comenzar a reparar todo el daño que había causado, comenzando por Violetta.
Tras recuperarla, podría continuar con el funcionamiento de sus empresas, las propiedades y el saldo de sus deudas. Daba por hecho que si tenía a la dama de nuevo a su lado, le volverían a llegar fuerzas para regresar a la vida.
Y es que la amaba. Él, que toda la vida luchó contra el mundo y buscó solo su bienestar, estaba arriesgando todo por hacer feliz a una dama insolente que le había robado la cordura. La quería, porque no existía otra justificación que explicara aquella sensación de vitalidad que lo removía cuando la tenía cerca.
Fue esa la razón que lo llevó a pedir una cita a primera hora de la mañana con el barón. Sus pies nerviosos navegaban por el pasillo esperando que el hombre se desocupara de la reunión que llevaba para tomar su turno en el despacho.
Se pasó el desvelo pensando lo que le diría y el acuerdo que le plantearía. Sabía que si llegaba primeramente a hablar con Violetta, esta le cerraría la puerta en la cara y lo correría cada que intentara dar un paso en su dirección. Por eso el trato se lo propondría al barón. Él era un hombre de dinero, de negocios y apuestas, por eso le agradecía a Dios que Julián le hubiera devuelto el saco con el pago. Eso era lo único que le quedaba, y en ello yacían sus esperanzas de triunfo.
Dejaría a Madeline, se la entregaría en bandeja de plata al duque y declinaría el compromiso para dejarlos vivir su amorío. En cuanto a él, retomaría el cortejo con lady Whitman y la haría su esposa esa misma semana. No podía soportarlo más. Si ella no lo quería ver, entonces se volvería a ganar su amor. Lucharía con uñas y dientes por recuperar a la dama que amaba, porque le era inevitable vivir sabiendo que sus brazos existían y no precisamente para fundirse en los suyos.
La haría feliz, por Dios que sí, y aliviaría todos los males que le había causado.
"Es una promesa". Se susurró.
En ese momento la puerta del despacho del barón fue abierta y Benjamín se giró con decisión.
Dos pares de zapatos caros salieron por la puerta. Julián andaba con la cabeza arriba y una sonrisa triunfante en el rostro, un gesto que, al ponerse en contacto con el conde, elevó su intensidad.
Casi se agarra del muro para no caer cuando supo de qué se trataba su victoria.—Gracias por la confianza, milord—el señor Craig se despidió del barón con un estrechamiento de manos, como si fueran íntimos amigos y confidentes.
Le dieron náuseas.—No, señor, gracias a usted por haber puesto los ojos en mi hija. Ya verá que no habrá decepciones.
Benjamín apretó la mandíbula. Frente a él, todas sus esperanzas se volvieron papel quemado.—Doy por hecho que no—la voz de Julián lo estaba mareando—. Bueno, milord, no lo alargo más. Me retiro, pero volveré para nuestro almuerzo.
El barón asintió.—Lo esperaremos con gusto.
El pirata de quinta se marchó por el pasillo con su paso ridículo y lord Matthew solo atinó a apretar los puños para no perseguirlo. Estaba hecho, el muy malnacido había tomado el atrevimiento de desafiarlo.
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La Seducción Del Conde | La Debilidad De Un Caballero II | En físico
Historische RomaneUna par de caricias ocultas entre los jardines. Unas tres insinuaciones susurradas en el oído. Cuatro besos ardientes de los que hacen que tiemblen los tobillos. Y cinco razones para caer ante aquella mirada perversa que la quiere solo para él. 🏅#3...