|Capitulo 34|

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Los pasos de Violetta eran apresurados. Corría por el pasillo con las manos temblorosas y el corazón acelerado.

No se podía creer lo que había hecho, aunque, hasta cierto punto, tampoco se arrepentía. En su mente aún se vivían los labios de Benjamín y su boca sedienta buscando consuelo. Fue como salir del infierno, como probar un poco de vida antes de partir. Le resultó una buena despedida, que, a decir verdad, además de reconstruirla también la destruyó otro poco.

La puerta de la habitación de Elizabeth se veía lejana e inalcanzable, aún cuando le faltaran cinco pasos para llegar a ella. Desesperada tomó la perilla y la giró sin aviso, encontrándose a una rubia soñadora que se arreglaba el peinado frente al espejo.

Mar la volteó a ver con el rostro fruncido y los ojos sorprendidos, hasta que digirió que solo era ella.

—Oh, Violetta, cariño, ¿ya estás lista para la cena? Muero de hambre—comentó acomodándose el pequeño broche de perlas que adornaba sus mechones claros.

Violetta carraspeó buscando su voz.

—Sí, claro, ¿Julián está aquí contigo?

Elizabeth negó.

—Fue por ti mientras yo terminaba mi cabello, ¿no te lo encontraste en el pasillo?

Todo su rostro se heló. ¿En dónde se había metido?

—No lo encontré. Regresaré para buscarlo.

—Claro, yo los espero aquí—respondió la rubia completamente abstraída por la labor de ponerse preciosa.

Violetta salió de la habitación con los labios temblorosos. Necesitaba encontrar a Julián, hablar con él y asegurarse de que no diría nada de lo que había visto. No podría imaginarse el escándalo que se armaría si su arranque se convertía en el nuevo chisme de la temporada.

Volvió a correr por el pasillo, ésta vez, rumbo a la habitación del muchacho, pero tampoco lo encontró ahí. Preguntó por su paradero a algunos sirvientes, y pocos detalles fueron útiles, hasta que el guardia de la puerta trasera, le juró haberlo visto bagar por la estancia que la baronesa tenía en el jardín.

La casa que su padre había adquirido en Kend tenía unas proporciones inmensas. Decenas de habitaciones tapizaban las tres plantas, veinte salitas de estar, dos grandes comedores, una cocina inmensa, una sala de teatro y un área especial en el jardín que fue techada para el simple placer de la baronesa. Resultó un capricho que finalmente le cumplió el barón para saberla lejos de la mansión, y un gusto que ella insistió para estar lejos de él.

Violetta castañeó de solo pensar en salir a la lluvia y se colocó un abrigo preparandose para el golpe. La brisa helada se coló por sus ropas y el agua pronto la volvió a bañar. La falda del vestido se puso pesada y sus dientes comenzaron a temblar fuertemente.

Afuera la oscuridad era poderosa, abrazadora y helada. Una única luz provenía de una antorcha en la estancia de su madre. Llegó a ella sin zapatos, pues los tacones perdieron la batalla con el lodo y le aseguraron que pronto adquiría un resfriado.

El techo del lugar aplacaba la lluvia, pero la falta de paredes seguía provocando que aún tuviera frio. Se abrazó más a sí misma y se acercó con cautela al hombre empapado que veía la oscuridad como si de ella fuera a emanar un barco enemigo.

La Seducción Del Conde  | La Debilidad De Un Caballero II | En físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora